San Virila fue al pueblo a buscar el pan de sus pobres.
Al llegar a la aldea vio a una niñita que lloraba porque no tenía cuerda para saltar. Mientras las demás niñas saltaban alegres y felices, cada una con su cuerda, aquella niña no tenía cuerda, y por eso lloraba desconsoladamente.
San Virila fue hacia ella y la consoló. Le dijo:
-Ya no llores. Te traeré una cuerda.
A lo lejos se veía el arco iris. El frailecito hizo un ademán y el arco iris vino hacia él. Lo tomó San Virila y se lo entregó a la niñita en forma de cuerda para saltar. Aquella cuerda fue la más hermosa de todas; ninguna niña tenía otra igual.
-¡Gracias! -le dijo la pequeña a San Virila.
-De nada -respondió él-. Sólo te encargo que cuando acabes de saltar la cuerda le devuelvas su arco iris al Señor.
¡Hasta mañana!...