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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Cortázar es una linda ciudad de Guanajuato. Hace tiempo estuve ahí. Muy bello es el paisaje que circunda a esa población. Le ponen marco la Sierra de Codornices, con su precioso Cerrito Colorado, el río de La Laja y las barrancas de Paila y Salitrera, en cuyo fondo crecen helechos con hojas más altas que un hombre alto.

Cerca están las cuevas de Los Portales. Situadas a uno y otro lado del profundo barranco, esas grutas servían de sitio para una bella tradición que tuvo su apogeo en las primeras décadas del pasado siglo. Cuando había luna llena se organizaban lunadas a las que asistía la juventud del pueblo. Las cuevas de un lado de la barranca eran ocupadas por las muchachas; las del otro por sus jóvenes galanes. Ahí pasarían la velada; ahí dormirían. Cada quien por su lado, claro. A la llegada de la noche se encendían fogatas. Esa era la señal para que empezara un concierto que, estoy seguro, sólo se ha conocido en Cortázar. Con acompañamiento de guitarras empezaban a cantar los muchachos desde su lado del barranco. Desde el suyo les respondían las muchachas con otra canción. Toda la noche duraba ese diálogo de canciones, entonadas a veces por solistas -ella y él- que se cambiaban mensajes del corazón en el lenguaje que sólo entienden los enamorados.

¡Qué bellas deben haber sido aquellas noches de cantos amorosos! La canción del amor siempre es hermosa. Es la canción de la vida.

¡Hasta mañana!...

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