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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Mi amigo, de visita en la ciudad después de muchos años, invitó a la anciana señora a merendar.

La llevó a un restaurante muy modesto, y ahí rememoraron juntos los años, ya muy idos, en que él pretendió inútilmente a la hija menor de la señora. Luego él le preguntó por la muchacha.

La mujer le contó que a su hija no le había ido nada bien. El marido que le tocó bebía mucho; no duraba en los empleos, y con frecuencia la trataba mal. Ella debía trabajar 10 horas diarias para sostener la casa. La señora, bajando los ojos, le dijo a mi amigo que ahora sentía haberse opuesto a su noviazgo con la muchacha. Seguramente con él le habría ido mejor.

Mi amigo respondió: "Quién sabe". Añadió que a él no le estaba yendo tampoco nada bien. Había quebrado en sus negocios, dijo, y andaba de capa caída. Quizás con él a su hija le habría ido peor. Además, concluyó, Dios siempre sabe lo que hace.

Por la noche mi amigo me contó lo sucedido mientras calentaba en la mano su copa de coñac. Nos encontrábamos en un lugar de lujo, porque mi amigo es rico. Muy rico. Es dueño de empresas en tres países, tiene una familia encantadora con la que pasa vacaciones que incluyen cruceros por el Mediterráneo, ski en Aspen y descanso en los meses de verano en su casa de Akumal. Pero nada de eso le dijo mi amigo a la mamá de aquella chica de la que estuvo enamorado y que lo dejó porque su familia no le veía porvenir. No quiso entristecer a la señora, y menos aún a la mujer que amó.

Yo le dije a mi amigo que es un sentimental.

Se encogió de hombros, y perdiendo la mirada en los recuerdos le dio otro trago a su coñac.

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