El caserío del Potrero de Ábrego está rodeado de montañas. Por donde sale el Sol se levantan los picos de Las Ánimas. Por donde el Sol se mete se halla la sierra de La Viga. Al sur se encuentra el alto monte llamado el Coahuilón. Y en el lado del norte se alza el peñón que nombran Colorado.
Eso nos pone al amparo de turbiones. En las cumbres se estrella todo viento; en ellas se deshace toda tempestad. Los pinos, las encinas y el madroño toman entre sus ramas la borrasca y la hilan de tal manera que nos llega convertida en mansa brisa.
Por estos días hay ciclón. En otra parte lo hay; aquí tenemos sólo lluvia fecundante. Ahora el otoño es invernizo; la niebla ha hecho con las cosas un cuadro impresionista. Desde el camino por donde voy vuelvo los ojos para ver mi casa y no la miro. Tampoco, estoy seguro, alcanza ella a verme a mí. Pero conmigo va mi hogar, y yo estoy en él, aunque no esté. Ninguna bruma puede disipar la visión de lo que se ama, pues el paisaje de nuestra vida no es de cuerpo: Es de alma. Desde el camino por donde voy vuelvo la vista para ver mi casa, y la miro. Y ella me ve a mí.
¡Hasta mañana!...