San Virila salió del convento a la hora del amanecer. Les dijo a sus hermanos:
-Voy a la casa de Dios.
Llegó la noche, y el frailecito no llegó. El abad le pidió al portero que lo buscara. Fue el portero a la iglesia y no lo halló. Le dijo al superior:
-No estaba ahí.
En eso San Virilia regresó. Le preguntó el abad:
-¿Dónde estaba usted, hermano?
Respondió él.
-Fui al bosque. Miré el río que pasa entre los árboles. Me deleité en la contemplación de las criaturas que ahí viven, y gocé el canto de las aves. Luego subí a la montaña. Regresé luego, y aquí estoy.
-Pero, hermano -replicó el portero-. Usted nos dijo que iba a la casa de Dios. Fui al templo y no lo encontré ahí.
Contestó San Virila:
-Donde estuve es la casa de Dios.
¡Hasta mañana!...