Llegó sin anunciarse y me dijo:
-Soy el número uno.
En mi ya larga vida he oído a muchos decir que eran el número uno, y a fin de cuentas resultaron ser el número cero. No di, por tanto, mucha atención a sus palabras. Pero él insistió:
-Soy el número uno.
Le pregunté entonces:
-¿Tiene alguna identificación que lo acredite como tal?
Sacó una credencial y me la dio. La revisé y le dije:
-Este documento muestra que es usted el número 642.895.731.
-Es cierto -admitió él-. Pero por brevedad menciono solamente el número final.
Le di la espalda y me alejé. También él, igual que muchos que dicen ser el número uno, había salido con su numerito.
¡Hasta mañana!...