El abad soñó una noche. (Los abades también sueñan)
Soñó que se moría. (Los abades también mueren).
En su sueño se vio ante el juez supremo.
-¿Qué merecí, Señor? -le preguntó temblando-. ¿Infierno o paraíso?
El Padre no respondió nada. Le señaló nada más una pesada piedra de molino, y una cuerda.
El abad se despertó angustiado de aquella pesadilla. Encendió la luz, se dirigió al estante de los libros y sacó uno al azar para leerlo y serenarse. El libro que tomó era el de los evangelios. Lo abrió, al azar otra vez, y sus ojos cayeron en un versículo:
"... Al que escandalizare a uno de estos pequeñitos que creen en Mí, más le valdría que le colgaran al cuello una rueda de molino y lo arrojaran a lo profundo del mar...".