Llegaron sin anunciarse, de repente.
Confieso que al principio me sobresaltaron. Jamás las había visto, y su presencia me inquietó.
Eran criaturas extrañas, ciertamente. Su rostro de ángel cobraba de pronto traza demoníaca. Se veía que eran capaces de hacer el mayor bien, y también de causar el mayor mal. En ocasiones mostraban soberbia, y en otras actuaban con humildad. Decían grandes verdades, pero difundían también feroces calumnias y mentiras descomunales. Proponían mensajes amorosos, y luego entregaban textos llenos de odio. Lo mejor del hombre y la mujer aparecía en ellas, pero también lo peor.
Les pregunté, confuso.
-¿Quiénes son ustedes?
Me respondieron:
-Somos las redes sociales.
¡Hasta mañana!...