Por esta sola vez, y sin que el caso siente precedente, el señor Cantarrana asume el papel de un severo padre de familia que amonestó a sus hijos:
-Jamás digan una mentira. Mentir es un feo vicio que degrada a quien lo tiene. Un mentiroso no es bien visto en ninguna parte; todos se apartan de él con repugnancia. La mentira envilece a quien la dice y ofende a quien la escucha. Espero que conserven indeleblemente grabada en sus corazones esta enseñanza de virtud que ahora les doy, y la practiquen siempre.
En ese momento sonó el teléfono.
-Papá -le dijo uno de los hijos-. Te busca el señor Mequínez.
El señor Cantarrana se alarmó y en voz baja le dijo al muchacho apresuradamente:
-¡Dile que no estoy! ¡Dile que no estoy!
¡Hasta mañana!...