Aquella rica señora, turista intelectual, visitó en su asilo de la montaña a Hu-Ssong, filósofo de oriente.
–¡Maestro! –le dijo con voz atribulada–. ¡Ya no se puede vivir en este mundo! ¡En todas partes hay odio, violencia, muerte y mal!
–Señora –le respondió Hu-Ssong–, el mundo es nuestra casa. No tenemos otra. Las casas son reflejo de quienes las habitan. Trabajemos, entonces, por mejorar la nuestra. Si hay odio enseñemos el amor. Si hay violencia practiquemos la tolerancia y la concordia, virtudes que conducen a la paz. Si hay muerte proclamemos el valor supremo de la vida. Si hay mal procuremos hacer el bien. Nuestro mundo será como seamos nosotros.
Así habló Hu-Ssong. Y la turista intelectual ya no dijo más.
¡Hasta mañana!...