Llegó de pronto y me dijo:
-Soy el lugar común.
Le respondí:
-Ya lo conozco. En cada página que escribo está usted por lo menos una vez.
-Se lo agradezco -replicó-. Generalmente nadie me da mi lugar.
-Eso sucede con frecuencia -anoté para tranquilizarlo-. No es común que alguien nos dé nuestro lugar.
-Y sin embargo -prosiguió- hubo un tiempo en que no era yo un lugar común. Era una metáfora. El tiempo me fue cambiando hasta convertirme en lo que ahora soy.
-Entiendo -le dije-. A nosotros nos sucede lo mismo. Cada niño que nace es una metáfora de Dios, pero con los años nos volvemos lugares comunes.
-Acaba usted de decir un lugar común -opinó él.
-No es el primero, ni será el último -reconocí.
Y me dijo al tiempo que se alejaba:
-También eso es un lugar común.
¡Hasta mañana!...