El abate Rien decidió escribir sus memorias.
Se encerró en su biblioteca y dio orden de que nadie entrara en ella. Todo el tiempo lo pasaba ahí. Le dejaban los alimentos en la puerta, y a veces se olvidaba de recogerlos. Ahí mismo dormía.
Las dos mujeres que cuidaban de él, su hermana y una vieja ama de llaves, andaban de puntillas por la casa para no distraerle la atención. El abate estaba escribiendo la historia de su vida; no se le debía molestar.
Al cabo de cinco años el abate Rien enfermó de gravedad. Su hermana le pidió el libro: Había que preservar sus memorias para la posteridad. Él le entregó el volumen. Todas las páginas estaban en blanco. El abate no había escrito ni una sola palabra.
-¿No recordaste nada? -le preguntó su hermana, afligida.
-No -respondió con tristeza el abate Rien-. No viví nada.
¡Hasta mañana!...