Don Juan estaba recordando.
Los donjuanes tienen siempre mucho qué recordar.
Evocaba la tenue figura de doña Inés, aquella inocente joven a quien sedujo con palabras: "¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?".
Muchos años habían pasado de eso. Ahora Don Juan vivía en su quinta sevillana, con su hija, hermosa doncella que era su única dicha y el consuelo de su ancianidad.
Ruido de voces sacó de sus recuerdos a Don Juan. Abrió un poco la puerta de su cámara y se asomó a la sala donde estaba su hija. Sentada en un sofá oía embelesada las palabras de un apuesto mancebo que de rodillas junto a ella le decía con sinuosa voz:
-¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor...
¡Hasta mañana!...