¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando subimos la montaña por la vereda antigua? Al llegar a la cumbre estalló súbitamente una tormenta eléctrica.
Eras casi un cachorro todavía, y pensé que los rayos te iban a asustar. No fue así: Cuando caía uno le ladrabas, y luego gruñías, amenazador, hacia el rumbo por donde el relámpago había brillado.
Yo reí al ver esos desplantes tuyos. ¡Un pequeño cocker spaniel ladrándole a la tempestad! Hice mal. Ahora entiendo que me estabas protegiendo contra un enemigo que no conocías, pero del cual debías defenderme.
No estás conmigo ya, mi Terry, pero creo que me proteges todavía. Camino por aquella vereda por la que tantas veces fuimos juntos y siento que caminas a mi lado, igual que entonces. No temo, entonces, a la tempestad. Tú estás conmigo.
¡Hasta mañana!...