-Dios es invisible -le decían a aquel hombre.
Y a él le daba igual, porque era ciego desde su nacimiento.
Cierto día sintió como si un rayo le hubiera caído en la cabeza. Un resplandor se le anidó en los ojos. Los abrió, y el ciego pudo ver.
Vio el crepúsculo del día y de la noche, aquél pintado de azul, éste de fuego. Vio el mar, distinto a cada instante y eternamente igual. Vio un cielo con estrellas, y supo que cada estrella daba luz a otro cielo con más estrellas que iluminaban otros cielos sin final. Y vio la flor, y el ciervo, y el copo de nieve, y el niño recién nacido.
Y comentó:
-No entiendo. Me habían dicho que Dios es invisible.
¡Hasta mañana!