¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la primera vez que miraste la neblina?
Salimos al campo esa mañana, y todo había desaparecido entre la bruma. No se veía el camino. Tampoco el arroyo se veía, ni los árboles. Ni siquiera podíamos ver la montaña, y eso que es grande como una montaña.
Volviste hacia mí la mirada como preguntándome dónde estaba el mundo. Eras pequeño aún, y no sabías que el mundo siempre está donde lo puso el mismo que nos puso a ti y a mí en el mundo. Pero enseguida tu olfato te dijo que las cosas y las criaturas estaban donde debían estar, y eso te tranquilizó.
Ahora, querido Terry, ya no hay neblinas para ti. En cambio yo todavía camino entre ellas, aunque no haya neblina. Alguna vez todas las brumas se disiparán, y entonces tampoco habrá ya niebla para mí.
¡Hasta mañana!...