El Señor le dijo a Noé que los hombres -y con ellos las mujeres- se habían apartado del camino recto. A fin de llamarles la atención los aniquilaría. Para eso se valdría de un diluvio.
-Pero, Padre -se afligió Noé-. ¿Por qué mejor no haces que regresen a la vía del bien?
-Demasiado tarde -replicó el Señor-. Ya tengo lista el agua.
Entonces Noé se puso a fabricar un arca que curiosamente se llamaría desde entonces "el arca de Noé". Horas y horas trabajaba en la construcción del gran navío en que se salvarían él con su familia y una pareja de cada animal, incluyendo la de los peces, pues también los peces se ahogarían.
Había caído ya la tarde, y el patriarca seguía trabajando. Asomó su mujer por la ventana y le dijo con sequedad:
-A ver si ya dejas de estar perdiendo el tiempo en esa tontería y te metes a la casa. ¿No ves que está empezando a llover?
¡Hasta mañana!