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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Es bajo de estatura; tiene ancha la espalda, las piernas cortas, hirsuta la roja barba, crespo el pelo. Camina pesadamente, el hacha siempre al hombro como si fuera un rifle de combate.

Con nadie habla, y nadie le habla a él. Va a lo suyo y de lo suyo viene. Lo suyo es cortar leña. Otra cosa no hace. Jamás siembra; no tiene cabras; no cuida panales ni va a trabajar a los caminos cuando el Gobierno ocupa gente. Corta leña, no más, y la cambia por las tortillas, por un par de huaraches viejos, por una bolsa de café.

Hace 40 años mató a un hombre que se llamaba Pedro. Nadie recuerda ya por qué. Quizá ni siquiera él. Lo mató en un recodo del camino. Le salió al paso de pronto y le clavó un puñal. Estuvo algunos años en la cárcel y después volvió al rancho. Desde entonces con nadie habla, y nadie habla con él.

Por las noches llega a su jacal, deja caer junto a la puerta el haz de leña, recarga el hacha en la pared y entra. Enciende la lámpara de petróleo; remueve los rescoldos del fogón para hacer el café y dice luego dirigiéndose a la sombra:

-Estuvo pesado el día, Pedro.

¡Hasta mañana!

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