Cuando estoy ante el mar no estoy tranquilo. Me da miedo el gran monstruo, tan inmóvil, tan móvil, y siento el deseo de escapar antes de que su abrazo me ahogue.
Sé que en el mar está el origen de la vida. Quizá por eso le temo como a un útero gigante, como a una vagina sin final. Los poetas saben adivinar -son vates-, y no dicen "el mar": dicen "la mar".
Si yo hubiera nacido junto a él -junto a ella- le cantaría igual que tantos hombres le han cantado, desde Homero. Diría de sus espumas y de sus sirenas; de sus delfines y de sus corales. No diría de los infinitos muertos que se tragó y no devolvió nunca, ni diría de sus eternas crueldades.
Déjenme estar entonces en la tierra. Aquí nací; aquí volveré a nacer. Dejen que el mar sea en mí una antigua memoria, nada más; un oscuro recuerdo de cuando yo no era yo.
Al pie de sus ventanales las mujeres de mi ciudad solían poner un caracol marino. En él creían escuchar la voz de algún remoto océano que jamás verían. Así llevaré el mar dentro de mí, como una inquietud vaga, como un misterio que temo descifrar.
¡Hasta mañana!...