Desapareció cuando llegaron los primeros vientos de febrero, y nadie ha vuelto a saber de él.
Se llamaba Juanito. Tenía 9 años. Su papá, que muchas veces llegaba ebrio a la casa, le pegaba, y si llegaba sobrio le pegaba también. Él nunca sabía por qué. Su mamá lo regañaba siempre. Él tampoco sabía por qué.
Aquel día -el día en que desapareció- el niño lanzó al viento su cometa, que había hecho con carrizos y papel de china. La cometa subió airosa por los hilos del aire. Luego él subió por el hilo de la cometa y se perdió en las nubes. Como dije, nadie lo ha vuelto a ver desde ese día. Y es que los niños tienen extrañas formas de escapar. Unos usan la imaginación, e inventan mundos en los cuales nada más ellos habitan. Éste que digo se valió de una cometa para huir.
Es una pena que los niños tengan que escapar, sea con su imaginación, sea con una cometa. La mejor forma de impedir que lo hagan es quererlos. Eso detiene, y al mismo tiempo libera. Suena raro, pero así es el amor. Es cosa rara, y al mismo tiempo es cosa muy sencilla. ¡Hasta mañana!...