Llegó sin avisar y se presentó a sí mismo:
-Soy el número uno.
Me sorprendió eso: A muchos he oído decir que son el número uno. Le pregunté:
-¿Realmente es usted el número uno?
-El único y verdadero -respondió con arrogancia-. Los otros son imitaciones.
Advirtió mi duda, de seguro, porque en seguida precisó:
-Conozco a dos ó tres que dicen ser el uno, pero mienten. Uno es el uno.
-Lo felicito entonces -dije yo-. Eso de ser el número uno es muy importante.
En ese momento se oyó una voz de mujer que llamaba con acento imperativo:
-¡Uno!
El número uno se turbó todo, y de inmediato se apresuró a obedecer.
Me despedí de él:
-Adiós, número dos.
¡Hasta mañana!...