Nadie la ha visto nunca, pero se sabe bien que existe.
Es una flor tan bella que si otra se pone a su lado, aun la más hermosa de las que se conocen, se marchita por la vergüenza de sentirse fea.
Esta flor despide un suave aroma, tan suave que un teólogo llegó a decir que su perfume es, de seguro, el que despiden las almas en el Cielo.
En vano la han buscado hombres de todos los tiempos. El emperador de la China hizo que Marco Polo organizara una expedición para buscarla. Los expedicionarios encontraron tierras nunca antes conocidas, montañas ignoradas, lagos y ríos que en ningún mapa figuraban, pero no hallaron la flor.
-Sí existe -les decían los pobladores de esas lejanías-. Pero está más allá, más allá.
Yo temo que algún día alguien encuentre esa flor. Se acercará a ella, y la flor dejará caer sus pétalos y morirá. Y es que quien la halle irá cargando la maldad del mundo, la ambición y soberbia de los hombres, sus odios y su iniquidad.
Es mejor que la flor siga donde está, aunque nadie sepa dónde está. Yo diré que no existe, para que nadie la busque. Pero la soñaré, y en el sueño será mía. Eso me basta.
¡Hasta mañana!...