Tanto ha caminado por el mundo, tantas cosas ha visto y tanta gente, tal cantidad de historias ha escuchado que ya nada lo mueve o lo conmueve.
Triste cosa es tener el alma fría. Es como tener fría la sangre, como tener fría la vida. Pero así es el viajero. Está enfermo de ese terrible mal llamado indiferencia.
Y sin embargo, esta tarde miró algo que le llenó el vacío que llevaba.
Un hombre joven sostenía a un anciano que apenas podía caminar. Se adivinaba que eran hijo y padre. Vacilaba el anciano a cada paso, pero su hijo lo tomaba por el brazo y lo ayudaba a seguir.
Pensó el viajero que no hace muchos años el joven era un niñito que estaba aprendiendo a caminar. Entonces era su padre el que lo sostenía para que no cayera. Aquél que había dado amor ahora lo recibía. Y el que había recibido amor ahora lo daba.
Al viajero no le gustaba conmoverse, pero esta vez se conmovió. Recordó a su padre. Pensó en su hijo. Y ya no tuvo el alma fría.
¡Hasta mañana!...