San Virila salió de su convento y fue por el camino al pueblo para pedir la limosna de sus pobres.
Al llegar vio a una niña que lloraba porque su gatito había subido a un árbol y no podía bajar de él.
San Virila habló con el árbol, y éste se inclinó hasta tocar el suelo con sus ramas. La niña entonces tomó en sus brazos al gatito. Luego se dirigió al santo y le dijo llena de emoción:
-¡Gracias por el milagro!
-Esto no es un milagro -respondió, humilde, el frailecito-. Es solamente un truco. Milagro habría sido que los hombres se compadecieran de ti y te ayudaran a bajar el gatito.
¡Hasta mañana!