Mosca en la botella
Ludwig Wittgenstein, el filósofo austriaco que nació hace 125 años, el 26 de abril de 1899 en Viena, nos invitaba a hablar y a pensar con claridad. Nada le preocupaba más que la falta de claridad en el lenguaje. Decía que el trabajo del filósofo era “ayudar a la mosca a salir de la botella”, la cárcel en que generaciones de pensamiento abstracto y de un oscuro uso del lenguaje la encerraron.
La mosca da vueltas y vueltas, pegándose en las paredes de vidrio de la botella, sin darse cuenta de que fuera hay mundo más fácil de manejar. El filósofo, decía Wittgenstein, no debe tratar de explicar el mundo que se percibe dentro de la botella, sino ayudar a que la mosca salga y conozca el mundo real.
Hoy debemos recordar a este filósofo de la claridad. Vivimos en un país en el que quienes deberían ser más transparentes en su lenguaje, los políticos que administran las instituciones y los dineros públicos, se esconden de manera sistemática en el engaño.
Los políticos que dicen que quieren promover mayores libertades para los ciudadanos, impulsan leyes y reglamentos que las restringen. Los líderes sindicales que dicen que trabajan para ayudar a los trabajadores, se vuelven millonarios mientras la situación de los agremiados se deteriora. Los funcionarios que dicen actuar para beneficiar al pueblo, buscan sólo servir a sus intereses y llenarse los bolsillos de dinero.
Mientras los políticos pronuncian discursos indescifrables, el país está cumpliendo 32 años de estancamiento. México ha registrado un crecimiento promedio de sólo 2.3 por ciento anual en las últimas tres décadas. La pobreza se mantiene a niveles cercanos al 50 por ciento y la miseria está cercana al 10 por ciento. Nuestros gobiernos han sufrido un fracaso monumental en las últimas tres décadas. José López Portillo lloró el primero de diciembre de 1982, cuando reconoció que les había fallado a los pobres del país, pero los siguientes presidentes no se han molestado en ofrecer siquiera una lágrima. La verdad es que la situación del país se ha mantenido igual.
En México hemos vivido buenos y malos tiempos. Ha habido crisis surgidas en el exterior y otras del interior. Hemos sufrido desplomes en los precios del petróleo y de las materias primas, pero en la última década, nos ha beneficiado una bonanza impresionante que no hemos sabido aprovechar. Ninguna circunstancia externa o interna ha servido para impulsar un mejor nivel de vida de los mexicanos. Los grandes magnates se han enriquecido, pero no los ciudadanos comunes y corrientes.
Las estadísticas nos muestran que el problema fundamental es la competitividad. Algunos sectores de la economía se han vuelto más eficientes por la apertura de los tratados de libre comercio, pero la mayor parte del país sigue viviendo en una economía semifeudal donde algunas empresas o grupos de poder, como los sindicatos, mantienen un control absoluto e imponen su ley. La ineficacia del gobierno ha hecho que el 60 por ciento de los trabajadores laboren en la economía informal, donde es muy difícil ganar competitividad.
El gobierno está haciendo reformas estructurales. Algunas parecen impulsar una mayor competitividad, como la energética, que abre un poco más el petróleo y la electricidad a la inversión privada. La reforma fiscal, en cambio, mantiene la filosofía tradicional del gobierno mexicano de que hay que quitarle dinero a quienes producen riqueza para repartirlo en programas que permitan la compra de votos.
“Nada es tan difícil como no engañarse a sí mismo”, decía Wittgenstein. A 125 años de su nacimiento, sus palabras siguen resonando con claridad. Quizá si les hacemos caso, podremos dejar que la mosca salga de la botella.