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Niños light

OPINIÓN

Niños light

Niños light

Adela Celorio

“Si quieres que tus hijos lleven una vida tranquila y segura, edúcalos con un poco de hambre y un poco de frío”.

Proverbio chino

¿Día del niño? Pero si ahora todos los días son días del niño. Son especie en extinción los padres que no se dejan someter por la tiranía de sus hijos y no ceden a sus constantes demandas, a sus exigencias de ropa de marca, equipo deportivo, tecnología de punta, campamentos de verano... Los padres que encuentran la forma de poner límites y de acompañar a sus hijos en los juegos y en el descubrimiento de la vida.

Los derechos que el niño ha ganado, los hemos perdido los padres. La presión social nos impone la permisividad, y no existe en la historia una generación más «sobreprotegida» y bien abastecida que la de los chiquillos de hoy, insaciables vampiros educados desde la cuna para consumir, porque no tienen alternativa ni conocen otra forma de estar en la vida.

Clientes cautivos de las compañías aéreas y de los restauranteros, que reservan para ellos menús y zonas separadas donde son atendidos y entretenidos por personal capacitado. Niños cuya vida es intensa y el movimiento es perpetuo. Siempre van o vienen de algún lugar y, aunque bilingües, sólo son capaces de comunicarse con su prójimo mediante mensajes elementales por el celular.

Saturados de información, carecen, sin embargo, de formación humana y van convirtiéndolo todo en un juego trivial y divertido. «Sobreprotegidos» desde su nacimiento con vacunas, cascos, rodilleras y cinturones de seguridad; son niños vulnerables hasta la indefensión, porque no han tenido la necesidad de desarrollar recursos de sobrevivencia. Chiquillos que no hablan de miles sino de millones de dólares -cantidades impensables para la gente de mi generación- que futbolistas, cantantes, políticos y narcotraficantes se embolsan; y a los que les parece natural el derroche y el lujo.

Ellos ya se dan cuenta de que el único dios que esta sociedad reconoce es el dinero; entre más mejor. Yo les llamo «niños light», porque se parecen mucho a las comidas sin calorías: azúcar sin glucosa, mantequilla desgrasada, y refresco de cola sin azúcar. Niños estandarizados que, perdida toda originalidad, visten de la misma manera, ven las mismas películas, y se alimentan de la misma cultura «chatarra» que ofrece la televisión. Que no encuentran nada antinatural en masificarse, masajearse, desgañitarse en los multitudinarios conciertos de sus grupos musicales favoritos.

Telespectadores que pasan de un canal a otro buscando sin saber qué, pero siempre desde el ámbito cómodo y seguro que sus padres les proveen. Niños que en lugar de usar el cerebro, usan la computadora, que tienden a engordar porque ya no juegan en el recreo, ni gritan “uno, dos, tres por mí”, ni pedalean su bicicleta, ni patinan con sus vecinos en la calle que es donde tantas generaciones anteriores, despertamos a la risa, a la amistad y a la tolerancia.

Porque Superman, que llegaba volando a salvar al mundo del mal, está completamente rebasado por Terminator, por zombis devoradores de cerebros, y por extraterrestres que vienen a exterminarnos. Porque las niñas ya no juegan a la «comidita» ni aman a la Pequeña Lulú, con su flor psicodélica «fusifingus», ni comprenden el ingenio y la ternura de su Toby. Porque hoy los niños ya no pueden darse unas saludables trompadas con algún compañero de escuela sin que los acusen de bullying.

Porque los padres han olvidado que de la dificultad y la necesidad de resolverla, surge el ingenio de los niños. Porque el mensaje de paz y amor que intentó transformar a la sociedad en el siglo pasado, no significa ya nada en un mundo donde lo que se exalta es el poder y la fama. Porque el mundo cambió y yo no estaba ahí. Ya no entiendo nada.

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