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Consuelos inesperados. "Disculpen la molestia que mi comportamiento les pueda causar, pero créanme que me dirijo a ustedes con todo mi corazón con la única intención de llevarles algo de consuelo y decirles que no están solos en este hospital". Eran las siete de la tarde del viernes pasado y la sala de espera en el área de urgencias del Centro de Salud -Francisco I. Madero y Álvarez-- era ocupada por más de 20 personas que preocupadas esperaban tener conocimiento del estado de salud de sus pacientes. Hospital con carencias como todos los no privados existentes en esta ciudad y también con diversidad de trato del personal, unos concientes del sufrimiento ajeno, desempeñando su labor con entrega, a pesar de las necesidades que padecen, pero como en todas partes, otros con actitud negativa que lo único que provocan es hacer más pesada la carga para el enfermo y el familiar que acude al apoyo. Este tipo de gente que debe tener presente que las personas que acuden a los hospitales públicos, lo hacen porque no tienen dinero para ir a uno privado y si no está conforme con su ocupación sería mucho mejor dejarla vacía y permitir a otro dispuesto a comprender y hacer algo bueno por la humanidad. "Quieren que compre este medicamento, pero no traigo dinero, estoy esperando que venga un familiar de San Pedro con cien pesos", "No que te portas así, lo único que te pido es que atiendan a mi tía", "No tengo por qué darle información y si quiere saber del resultado de los rayos equis busque a la doctora, quién sabe dónde anda", "A ver si quieren prestarme una silla, me tengo que quedar a cuidar a mi familiar, pero no hay ni sillas", eran los comentarios que se escuchaban en la antesala de urgencias, donde entre los reclamos destacó una persona que reconoció el trabajo y el buen trato del administrador, el señor Alanís. De pronto, un individuo de entre 35 y 40 años apareció y se paró frente a los más de 20 que permanecíamos en el lugar. Vestía pantalón beige y saco negro, la Biblia en una de sus manos y comenzó a hablar. "No están solos", les dijo. Un silencio repentino cobijó el lugar; dentro del hospital, varias personas que seguramente lo acompañaban ofrecían café a la gente humilde que requería del apoyo del personal del Centro de Salud. Luego de hablar por unos cinco minutos, este desconocido pidió le hiciéramos el favor de ponernos de pie y lo acompañáramos en la oración final con los ojos cerrados. Pongan sus problemas en las manos de Dios…después obsequió un texto gratis y se fue. Con seguridad les digo que esta persona no pasó desapercibida, por el contrario, para los humildes, el esfuerzo y determinación de estas personas tiene un valor inmenso. No se resuelven las carencias y a lo mejor no cambia el trato de esta gente inconsciente, pero sí definitivamente el momento de calma y paz llegó para quienes en ese momento lo esperábamos.

Por Martín Chávez

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