EL INDISCRETO ARTE DE REFORMAR Y ENLOQUECER
¿Hacia dónde se deslizaron nuestros impuestos invertidos en esta jornada electoral tan deslucida, oscura y melancólica de días pasados, que terminó con el sólito derroche de confeti tricolor, de mantas pintarrajeadas declarando los eternos slogans tan desgastados y envejecidos, la pachanga bullanguera y callejera animada por los gritos y la algarabía de toda esa comparsa de acarreados tan imperiosamente necesaria y tan siempre presente, aunque no tan numerosa como en otras elecciones, especialmente ahora que cursamos tiempos difíciles, ya no tan creíbles ni tan ingenuos? Como un inclemente y extenso desierto, así se presentó ese vacío electoral tan impactante, en el que la inmensa mayoría se encogió de hombros y frunció el ceño en señal de aprobación o desaprobación silenciosa ante los triunfos premeditados o predestinados por el oráculo oficial, en esa posición natural de indiferencia, pasividad e impotencia que suele caracterizar a nuestra cultura nacional, nada fácil de cambiar y evolucionar después de un arraigo de varios siglos, varias invasiones, varias guerras, varias revoluciones y multitud de tantas reformas de todos tipos que seguimos enfrentando. Total, una experiencia cívica sin pena y sin gloria, pero sustituida ampliamente por la gran y única novedad de un plasma televisivo de muchas y muy variadas dimensiones, a tantos meses sin intereses, adornadas por un ramillete de colores mucho más brillantes, atractivos y dinámicos representados por los equipos y los partidos futbolísticos, más que por los partidos políticos de colores más sombríos, sobre todo al desvanecerse en las imágenes digitales persecutorias de un balón y el vertiginoso casi tridimensional deslizarse de las siluetas de los jugadores en las canchas, de frente a estadios abarrotados por un público pasional y todavía más colorido, folclórico e increíblemente heterogéneo. No cabe duda que ambas experiencias la política y la deportiva se prestaban para las quinielas, para las apuestas, para las discusiones y las contradicciones, a pesar de que sin lugar a dudas, el entusiasmo y la pasión nunca estuvieron en equilibrio y predominaron más en una que en la otra, lo que naturalmente representa un claro indicador de aquello que valoramos y que nos importa, así como de la dirección en que nos es más fácil movemos, en contraste a lo que nos es indiferente, a pesar de que también hayamos pagado por ello.
Y sin embargo, no obstante lo sucedido, a pesar de las pasiones futboleras, a pesar de que el equipo nacional no pudo seguir adelante (quizás otro indicador importante de esa auto zancadilla inconsciente que suele suceder con frecuencia en nuestros equipos), es importante seguir investigando, especulando y hasta apostando nuevamente acerca del destino de nuestros impuestos y hacia que otras áreas más concretas o menos alucinatorias y surrealistas se destinan como parte de lo que vienen a ser nuestras verdaderas necesidades y carencias nacionales. Podríamos pensar con cierta lógica, a pesar de que ésta no es necesariamente una palabra que llega a tener mucho sentido en el escenario mexicano, que la siguiente área a dónde deberían destinarse tales ingresos, sería definitivamente al área de la educación. Precisamente, tal lógica nos señala, que además de que nos hemos convertido en un país inseguro y hasta peligroso en muchas zonas, a pesar de las declaraciones oficiales, también funcionamos como una nación mal educada, no necesariamente en el sentido de la cortesía o de los buenos modales, ya que como parte de nuestra naturaleza solemos ser anfitriones sumamente amables, hospitalarios, agraciados y corteses, sino en el sentido profundo de la educación en muchas otras áreas de la vida además de la académica, que de por sí y a pesar de tantas y tan frecuentes reformas, me parece que sufre un estancamiento y un atraso cada vez más evidentes y profundos a todos los niveles, desde el elemental hasta el universitario. De acuerdo a los sorprendentes reportes del INEGI del 2010, todavía seguimos siendo una nación con altos niveles de analfabetismo, medidos en varios millones; un analfabetismo que desgraciadamente va de la mano con los tremendos niveles de pobreza, de marginación y de atraso social (Continuará).