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NUESTRA SALUD MENTAL

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A.C. (PSILAC)

CAPÍTULO ESTATAL COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

EL INDISCRETO ARTE DE REFORMAR Y ENLOQUECER

(TRIGÉSIMA SEGUNDA PARTE)

El invierno parece adelantarse más tempranamente en nuestra región en estos días, con un frío que en cierta forma se necesitaba, pero que contrasta violentamente con las calurosas temperaturas que todavía habíamos padecido la semana pasada, sin que al parecer hubiéramos disfrutado de un remanso otoñal que sirviera como transición entre los dos extremos. Las lluvias pertinaces han invadido nuestra región y sin respeto alguno, nos han empapado todo, las calles, los edificios, los autos y las personas, dejando además al descubierto enormes y peligrosos charcos, que amenazantes se presentan como malos presagios para todos los vehículos, y aún más para los ciclistas y peatones, que luchan para guarecerse de los sádicos conductores que disfrutan con empapar al prójimo, como si se tratara de una diversión infantil en la que han permanecido estacionados. Ante este panorama de humedad en una región que se caracteriza por su resequedad desértica, experiencia que para algunos resulta novedosa y vivificante como un cambio estacional bienvenido, pero que para otros resulta incómoda y hasta frustrante, me pareció interesante compararlo y conectarlo con el tema de la corrupción. ¿Uno se preguntaría cuál podría ser el común denominador de ambos temas: lluvia y corrupción, cuando uno representa un fenómeno climatológico de la Naturaleza, mientras que el otro viene a ser algo completamente humano y sociocultural? Y sin embargo, podemos experimentar que el conducir por nuestra región se convierte en una aventura semiheroica, al recorrer la vastedad de sus calles y avenidas, de un extremo a otro, lo mismo en la Comarca Lagunera coahuilense, como en la perteneciente a Durango, ante el golpetear y rechinar de nuestros autos, así como sus quejidos y lamentos al paso de los pequeños o grandes charcos de mayor o menor profundidad como depósitos de agua estancados, que vaticinan problemas serios, y eso mientras tengamos la suerte de salir airosos sin lastimarlos. La lluvia entonces, descubre ante nosotros cientos y miles de agujeros en el pavimento de las tres ciudades por igual, algunos visibles y que se pueden evitar, mientras otros, los más peligrosos, permanecen completamente escondidos y al acecho de sus víctimas incautas que ni siquiera imaginan lo que les espera. Me parece que en cierta forma, algo semejante sucede con la corrupción, cuando ciertas instituciones, empresas y personas presentan una fachada sumamente decorosa y honorable, fabricada y adornada con normas y reglamentos estrictos y metódicos, aparentemente justos e inviolables, pero que en algún momento específico y bajo el peso y condiciones de ciertas circunstancias no necesariamente clímatológicas, (aunque si podemos creer que se derivan de la variada sensibilidad de tantos humores y temperaturas humanas), van a mostrar entonces una serie de grandes y pequeñas hendiduras y agujeros, no siempre visibles a simple vista, aunque con el tiempo se hacen cada vez más evidentes e inclusive impúdicas para el público en general, que además se puede servir de ellas en forma confiable y hasta impunemente. Así pues, los múltiples agujeros y hendiduras de nuestros desgastados pero siempre reformados sistemas sociales, se parecen en forma simpática y definitiva a las zanjas y agujeros de nuestras avenidas; cada administración que vemos pasar, deja un mayor o menor número de zanjas y agujeros no sólo en las calles y avenidas, sino a todos los niveles administrativos, que intentan tapar y pavimentar, evadir y justificar o simplemente dejar al olvido y a la buena voluntad de los contribuyentes. Mientras tanto, tales hendiduras y agujeros se hacen cada vez más frecuentes, más profundos y más públicos, y vienen a representar precisamente esos síntomas latentes del cáncer sociocultural al que me refería la semana pasada (Continuará).

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