EL INDISCRETO ARTE DE REFORMAR Y ENLOQUECER
¿Qué sucede entonces cuando grupos de sujetos con rasgos tan específicos como los mencionados la semana pasada, ocupan las posiciones básicas de autoridad administrativa y política para lanzar semejantes reformas y misceláneas cada determinado período de tiempo a lo largo de todo el país? Es en ese momento cuando debemos reflexionar, cuestionar y preocuparnos profundamente al intentar comprender lo que significan tales cambios radicales, absolutos y hasta autoritarios que se suceden en lo que se supone debe ser un escenario democrático, lo mismo en el nivel municipal, que en el estatal y especialmente en el federal. Generalmente, suele ser bastante difícil e inclusive incierto y nada transparente conocer a fondo las raíces, los criterios y el significado general de tales cambios, que se anuncian indistintamente y sin muchas explicaciones. Uno supondría que detrás de ellos deben existir estudios sumamente amplios y concienzudos que se han llevado a cabo dentro de la geografía y la cultura de cada zona a la que van dirigidos, o del país en su totalidad cuando se trata de medidas federales, al tomar en cuenta naturalmente las necesidades, las carencias y las realidades nacionales o específicas para cada región, a las que se busque modificar y mejorar. Quisiéramos creer que tales programas de cambios son el producto del razonamiento tozudo y de la planeación minuciosa de muchos profesionales experimentados y especializados en cada área que se busca reformar, quienes poseen las credenciales, los estudios y la experiencia necesaria para trabajar y tomar las decisiones adecuadas a esos niveles. Asimismo nos gustaría imaginar que no se trata de un equipos de tecnócratas de escritorio, elegidos por simple nepotismo o porque fungieron en forma importante de las comparsas bullangueras en los procesos electorales, y porque poseen además esa labia y esa personalidad típica y necesaria para halagar a sus jefes y seguirles la corriente a cada paso que dan, pero sin que jamás hayan pisado verdaderamente el territorio local o nacional para reconocer a fondo nuestras realidades mexicanas; esos tecnócratas que intentan descifrar y traducir distorsionadamente programas y estructuras políticas y administrativas de países mucho más desarrollados que nosotros, con realidades y características culturales muy diferentes y distantes a las nuestras, para tratar de imponerlas y forzarlas a como dé lugar en nuestro medio, con obviamente resultados poco favorables o inclusive contraproducentes. Cándida y esperanzadoramente tal vez, con esa mente soñadora mexicana, quisiéramos creer igualmente, que las personas responsables de tales programas, ubicados en posiciones fundamentales de nuestras administraciones municipales, estatales y federales, o sea alcaldes, gobernadores, secretarios, ministros y el presidente mismo de la nación, así como los etcs., que le acompañan, sean individuos responsables y maduros, dotados de buenos principios y valores morales, con dosis excelentes de salud mental, un requisito indispensable y necesario para ocupar tales puestos debido a los altos riesgos de estrés y toxicidad que presentan, en los que la ambición y la fiebre del poder, del dinero y de la autoridad llegan a superar las habilidades de cualquier ser humano; un requisito que con frecuencia se olvida o se descuida durante las campañas electorales. Por lo mismo, nos gustaría suponer que tales misceláneas y paquetes de programas reformatorios que descargan los Reyes Magos mexicanos al inicio de cada año, no sean producto de la acción de múltiples equipos de burócratas con rasgos de personalidad como los mencionados en la columna anterior: individuos poco estables e incoherentes, rabiosos, impulsivos, indisciplinados, desorganizados y poco tolerantes a las frustraciones de la vida, que requieren de altas dosis de adrenalina para obtener satisfacciones y placeres inmediatos, y que por lo mismo no tienden a ser reflexivos o razonables, ni tampoco cuentan con una buena capacidad de juicio que les ayude a una planeación más lógica y razonable, de acuerdo a las necesidades existentes y a las realidades locales y nacionales. Nos gustaría pensar que tales reformas no dependen de decisiones impulsivas, arbitrarias, improvisadas e incongruentes que tienden a estallar como bombas de tiempo, para extenderse en amplias y contradictorias cascadas enloquecedoras, en caóticas e innecesarias marejadas que como pueblo, nos confunden a todos, nos desorientan y nos dispersan mentalmente ante esa ausencia de transparencia, de sentido y de objetivos específicos y congruentes que nos permita vislumbrar en qué dirección nos estamos moviendo como sociedad y como país, congruente con las coordenadas anteriores, suponiendo que los mismos reformadores saben hacia dónde vamos (Continuará).