Independientemente de lo que soñemos, deseemos o quisiéramos ver realizado, la realidad es que año tras año, aparecen esos costales de misceláneas reformadoras que buscan controlar todas las diferentes áreas de nuestra sociedad, y que no siempre conllevan criterios razonables, lógicos, coherentes o que tan siquiera marquen una línea de continuidad con las reformas anteriores. A la larga, descubrimos usualmente la ausencia de homogeneidad en tales programas, cuyas reformas no necesariamente se relacionan o conectan las unas con las otras, por lo que sospechamos una vez más que son el resultado de las necesidades, los impulsos y los caprichos políticos temporales sexenales, más que el producto de una investigación minuciosa de las necesidades, las realidades y la cultura nacionales. Es así entonces, como lo que debería ser una línea recta marcando objetivos específicos y definidos de acuerdo a tales realidades y necesidades, se convierte entonces en una serie de diversas líneas zigzagueantes, que se mueven indistintamente en diferentes sentidos que difícilmente suelen coincidir entre sí, y que por lo mismo, alcanzan objetivos contradictorios, incongruentes y hasta irrelevantes, al arribar a metas opuestas, y en tantas ocasiones ilógicas e irreales. Las reformas como lo sabemos y lo vivimos anualmente, se extienden a una serie de áreas vitales de nuestra sociedad y de nuestra cultura, tales como la política principalmente, la administrativa, la fiscal, la educativa, la laboral, la energética, la de telecomunicaciones, la financiera, la de seguridad especialmente en nuestra época, la que se interesa por la salud aunque no considerada aún como necesidad de primer orden, sobre todo en el ramo de la salud mental y así sucesivamente. Sin embargo, una vez aterrizados los decretos de reforma, surgen naturalmente una serie de cuestionamientos sobre la aplicabilidad de tales leyes, o sobre el nivel y la capacidad de preparación en que nos encontramos los mexicanos en general para comprender, recibir y responder adecuadamente a tales exigencias y modificaciones. Pero sobre todo, hay un punto fundamental al respecto, que tiene que ver con la influencia de tales reformas en lo que sería nuestra cultura, nuestra cotidianeidad, y nuestros estilos de vida, tomando en cuenta que son tan diferentes, tan variados y tan asimétricos a lo largo del territorio nacional, puesto que estamos divididos en clases sociales bastante bien demarcadas, además de que es muy difícil hablar sobre un concepto homogéneo de identidad como mexicanos, cuando en la realidad México no representa ni existe como un solo país, sino que se trata de múltiples aglomerados como pequeños países con culturas muy propias y específicas para cada región, dentro de un enorme territorio que se extiende desde la frontera con Estados Unidos en el norte, hasta la frontera con Guatemala y Belice en el sur. Se puede proseguir con los cuestionamientos, al preguntarnos hasta qué punto se toman en cuenta tantas y tan diversas divisiones sociales y geográficas en eso que intentamos integrar como lo que llamamos nuestra mexicanidad. Pero sobre todo, cuál podrá ser entonces el impacto que llegan a tener tales reformas en todos estos millones de mexicanos que conformamos el país, así como las consecuencias a corto, mediano y largo plazo en nuestra economía, en nuestra seguridad, en nuestra forma de vida, y especialmente en nuestra salud física y emocional, especialmente cuando no estamos seguros de los criterios de investigación, de planeación y de ejecución para llevarlas a efecto, en un estilo que hasta cierto punto se antoja impulsivo e improvisado, sobre todo en épocas como las que estamos viviendo. Los resultados los percibimos y apreciamos de inmediato, en ese estado de confusión y caos que se ha generado a lo largo del país desde el inicio del año, cuando se pusieron en marcha, con una consecuente elevación de la ansiedad y del estrés en el panorama nacional, al propiciarse nuevas y cambiantes exigencias para las cuales, ni siquiera la población estaba preparada, pero todavía más asombroso e ilógico, es que tampoco las autoridades lo estaban, puesto que aparentemente parecían ni siquiera haber calculado las consecuencias y el impacto que generarían (Continuará).