EL INDISCRETO ARTE DE REFORMAR Y ENLOQUECER
(DÉCIMA PRIMERA PARTE)
Es lógico preguntarnos con frecuencia qué tipo de escala utilizamos para medir y valorar todo lo que gira a nuestro alrededor, quizás empezando por nosotros mismos. En ese sentido y en el presente, se trata de una pregunta básica cuando enfrentamos y tratamos de poner en práctica ese vendaval entre agresivo e impulsivo de las nuevas disposiciones disparadas en este primer trimestre; una pregunta que posiblemente nos hemos hecho desde hace muchos años, especialmente cada ocasión que tenemos que encarar disposiciones oficiales, muchas de ellas ilógicas e incomprensibles. ¿Por ejemplo, qué tan importante y necesario ha sido el llenado de largos y penosos cuestionarios, de hojas blancas con duplicados amarillos, azules y rositas, de formularios con preguntas interminables que hurgan en todas direcciones, explorando objetivos no siempre muy claros o lógicos, que sirven para llenar extensos expedientes burocráticos cada vez más abultados y profusos, que a la larga quizás nadie revisará y que hasta posiblemente terminarán escondidos y olvidados en sótanos lóbregos como alimento de ratas y polilla, o que finalmente serán destruidos inmisericordemente ahora que hemos arribado a la nueva era de la digitalización? ¿Qué tan importante y necesario es no sólo ese proceso de llenado de formularios que se lleva enormes cantidades de tiempo, tanto para quien los llena como para los empleados que los reciben y acomodan, pero que además, va precedido de larguísima y tediosas filas de espera en cualquiera de las diferentes instituciones oficiales, que igualmente se traduce en una enorme cantidad de horas-día desperdiciadas en dicha espera, para lo cual cada individuo debe dejar de trabajar una o más jornadas, para cumplir con tales requisitos y disposiciones oficiales, como una forma de mantenerse dentro de los límites legales que se esperan en todo ciudadano?
¿Podríamos acaso concluir, que en México es acaso más importante y productivo para el país, el hacer largas colas de espera en sitios incómodos, aglomerados y poco organizados, así como el llenado de formularios y papeletas con copias y duplicados de todos colores, que en el presente supuestamente se está tratando de facilitar por medio de formularios semejantes y de complejos cuestionarios, que se llenan en las computadoras y para los cuales es necesario recibir cursos especializados de adiestramiento, con la consiguiente prolongada inversión de tiempo y de esfuerzo que resulta naturalmente inverosímil para cualquier ser pensante? ¿Es entonces de mayor importancia y valor para la nación todo ese proceso anterior de pérdida de tiempo y de energía, que las horas y el esfuerzo laboral que cada individuo podría dedicarle diariamente a sus actividades con fines productivos, creativos y de supervivencia? ¿No será que estamos acostumbrados a vivir bajo un estilo de lógica y valores invertidos e incongruentes, en la que los formularios, los números, las estadísticas, los títulos, las etiquetas y la fachada en general se torna en algo más importante que la esencia interior, que el mismo trabajo y esfuerzo productivo de cada uno de nosotros, que somos quienes mantenemos al país? ¿Quizás tendríamos que medir y valorar entonces cuántas horas y jornadas de trabajo productivo son equivalentes a un formulario, a una larga cola de espera matutina o diaria, a una hojita de duplicado rosa o amarillo, a una etiqueta de siglas impronunciables, a una jornada entera sentado frente a la compu intentando descifrar y cumplir con las disposiciones, para así desaparecer como ser humano y convertirse entonces en un nuevo ente numérico ahogándose entre los embates incongruentes de las estadísticas y las innumerables cifras oficiales? Parece como que no se reconoce, ni se respeta o se valora el tiempo y el esfuerzo laboral cotidiano de cada uno de nosotros como mexicanos; como que se desprecia y se descalifica por completo en esa búsqueda interminable de formar filas y completar papeletas para cumplir con las disposiciones. José Alfredo, gran intérprete lírico de la idiosincrasia nacional, cantaba que la vida no vale nada; y haciéndole coro, podríamos decir que en México quizás tampoco valga nada la noción del tiempo, del esfuerzo o del trabajo. Y aún podríamos añadir que en esta surrealista escala de valores, sigue siendo vital mantener la nimiedad de los detalles para adornar esa especie de fachada todavía barroca o más bien churrigueresca heredada, detrás de la cual nos escondemos los ciudadanos, los funcionarios y las instituciones (Continuará).