EL INDISCRETO ARTE DE REFORMAR Y ENLOQUECER
Para aquellos investigadores oficiales, que intentan recolectar tanta información nacional y buscan adentrarse en los rincones y misterios de nuestra identidad e idiosincrasia, el tema enfocado al uso de nuestro tiempo, espacio, trabajo y recursos en general sería definitivamente un tesoro inextinguible de datos, números y estadísticas, sobre la forma y el estilo en que los mexicanos los utilizamos o los desperdiciamos. ¿Qué importancia les damos a nuestros recursos, si es que acaso los reconocemos, y en qué grado los respetamos y valoramos como tales? ¿Qué tanto cuidamos de ellos, cómo los adquirimos, cómo los invertimos, cómo los protegemos y en qué forma los utilizamos, o cómo los despreciamos y los despilfarramos? Podríamos hablar de ellos no sólo en el aspecto personal e individual o en el familiar en el hogar y en nuestros círculos más íntimos y cercanos, sino también en los aspectos sociales y territoriales en general, de nuestros grupos, de nuestros barrios, de nuestras escuelas e instituciones académicas, de nuestros centros laborales, de las comunidades a las que pertenecemos, de las ciudades y las regiones donde habitamos, y a las que podemos amar, admirar y enorgullecernos de ellas no sólo por los equipos de fut locales, que naturalmente se han convertido en vitales para la existencia de tantos mexicanos. Se dice y también lo creo firmemente, que somos una país rico, con recursos ilimitados en todas las esferas, un territorio al que Dios ha bendecido con una extensa y maravillosa variedad de recursos de todos tipos, como se puede atestiguar cuando se recorre la extensión y la belleza del país. Pero también, dicen los malos chistes y la ironía popular, que nosotros los mexicanos consciente o inconscientemente tendemos a sabotearlos y nos encargamos de descalificar, desperdiciar, echar a perder y destruir tales recursos, y de paso, posiblemente a nosotros mismos. ¿Será cierta esa broma maliciosa? ¿Será verdad que no nos importa realmente lo que poseemos y por lo tanto, no lo respetamos, ni lo cuidamos o lo protegemos como deberíamos, ya sea que se trate de nuestras habilidades, de nuestra creatividad y productividad, de nuestro tiempo y espacio, de nuestro trabajo y hasta de nosotros mismos; y de la misma forma despreciamos sin valorar los recursos de los demás?
Me parece que se trata de preguntas vitales que nos hacen reflexionar, sobre el porqué entonces resulta tan importante y necesario que tengamos que invertir y desperdiciar tanto, tiempo, espacio y esfuerzo en formarnos por horas en largas filas institucionales, sea a pleno sol o mismo en incómodas y malolientes oficinas en las que generalmente ni siquiera hay oportunidad para sentarse, aún para los discapacitados, o qué tengamos que llenar largos y complicados expedientes y formularios de tantos colores, en los que debamos derrochar nuestra energía, productividad y un tiempo valioso que podríamos dedicar a las labores específicas y más productivas de cada uno de nosotros. Experiencias generalmente desagradables y estresantes que afectan nuestra salud mental, y nos dejan con ese amargo sabor de boca, al no sentirnos respetados o tratados con educación, sino más bien abusados, enojados, frustrados, desilusionados e impotentes, tras una experiencia con poco sentido, difícil de comprender y digerir. Estas experiencias son cotidianas en México y se dan en todos los niveles, desde lo alto de las escalas sociales y políticas hasta las más bajas y viceversa. Parece que aún no hemos aprendido a lograr ese justo equilibrio en el que podamos reconocernos, valorarnos y respetarnos mutuamente, en cuanto a los recursos que poseemos o producimos ya sea en el trabajo, el tiempo, el espacio, el esfuerzo, las responsabilidades, los derechos, las habilidades, la creatividad, y en general, las cualidades propias de cada uno, todos como mexicanos, luchando idealmente por objetivos semejantes. Y sin embargo, parece que necesitáramos descalificarnos y abusar unos de otros, engañarnos y traicionarnos, buscando el fraude y la impunidad, hasta despojarnos de tales recursos personales, que en el fondo vienen a representar los recursos generales de la sociedad y del país al que todos pertenecemos. Así sentamos entonces un cierto modelo, una cierta imagen y un cierto patrón nacionales sumamente costosos en todos los sentidos y con resultados más bien retrógrados y poco esperanzadores, en donde seguiremos formando largas filas y llenando formularios de colores (Continuará).