VAN GOGH, FILADELFIA Y LA PSIQUIÁTRICA AMERICANA
Así pues, se terminó el 2013. Logramos superar aquellas barreras y obstáculos que siempre están presentes a lo largo de todos los caminos que se deben recorrer; igual sucedió en éste que dejamos atrás, con buenas y malas memorias, con éxitos y fracasos, con experiencias satisfactorias que alimentaron nuestra autoestima, al igual que aquellas otras negativas que también influyeron en el descenso de la misma y de nuestra imagen, pero conscientes de que al fin y al cabo, de una u otra forma todas han sido sumamente educativas y han dejado en nosotros una estela de aprendizaje mayor o menor, con la cual logramos sobrevivir hasta llegar a ubicarnos en esta frontera artificial del tiempo que los humanos hemos inventado para medirnos y medir nuestras vidas año tras año. Entramos al 2014, en espera de unos reyes míticos y lejanos, pertenecientes a una especie casi extinta aquí en el Norte del país, pero rebautizados y remasterizados de tal modo, que posiblemente ahora arribarán por el Face, el Twitter o a bordo de un flamante BMW para repartir o recolectar dividendos, de acuerdo al "reino" del que provengan o al partido al que pertenezcan, pero naturalmente, siempre como miembros y ciudadanos de este nuestro macrocosmos nacional mexicano, ese macrocosmos tan sui géneris que intenta modernizarse vertiginosamente y busca evolucionar de acuerdo a la medida de las circunstancias que nos dominan y controlan en el presente, desde tantos y tan variados puntos del firmamento.
A pesar de que ya terminó la algarabía, la música, las celebraciones, las desveladas, los gritos y los cohetes indistinguibles ya de los balazos en nuestros días, de ese siempre desenfrenado y enloquecido corredor de Guadalupe-Reyes, es difícil todavía reorganizarse, reencontrarse con nosotros mismos y regresar a la normalidad de nuestras ocupaciones, rutinas y actividades de la vida diaria, que al quedar truncadas parcialmente durante todo este período, cambian nuestra perspectiva radicalmente, sobre todo cuando acontecen a la mitad de las semanas y todo se paraliza y se enloquece por completo. Se pierde la sensación del tiempo, que desaparece casi totalmente hasta convertirse en una mezcla de espacios vacíos y lagunas mentales, que nos deja confusos, exhaustos y desorientados en el tiempo y en el espacio, independientemente de los excesos etílicos y gastronómicos a los que nos hayamos expuesto. El vivir una experiencia semejante, entre pagana y religiosa, se ha convertido en una especie de carnaval que remueve nuestros orígenes grecolatinos, un tanto primitivos y dionisíacos, como una experiencia plena de estímulos abrumadores y extremos de todo tipo, en cuanto a luces, colores, ruidos, sonidos, ritmos, disonancias, voces familiares y extrañas, gritos, gemidos, una gran variedad de aromas y sabores que promueven la voracidad y la glotonería insaciablemente; besos y abrazos que se alternan con toda clase de manifestaciones físicas afectuosas, eróticas y hasta seductoras; un tráfico humano y vehicular excesivo que invade las calles impulsiva y atropelladamente, en círculos y giros sin orden o dirección aparentes; una fantástica e interminable variedad de emociones y sentimientos que se entrelazan y se esparcen en un ambiente que convulsiona con alegría, jovialidad, tristeza, ira, desencanto, satisfacción, regocijo, risas, llanto, ansiedad, arrepentimiento, envidia, celos, frustración, amor, excitación, vergüenza, culpa, alborozo, optimismo, pesimismo, de una intensidad que llega a rayar en la locura. Y todavía más allá, ya que podríamos añadir todos aquellos estímulos imaginables físicos y emocionales que cabalgan incansables a lo largo de estas fiestas desbocadas y contemporáneas en las que terminamos por celebrar todo aquello que deseamos celebrar y que tardamos un año para hacerlo: el amor, la familia, la amistad, la belleza, el dinero, la tecnología, la mercadotecnia, las transnacionales, el milagro de la Virgen de Guadalupe y el hallazgo de Juan Diego, el nacimiento de Jesucristo, el fin de un año y la llegada del otro, la roja y barbada imagen de Santa, los tres Reyes Magos, e indefinidamente cualquier otro motivo para celebrar. Como una especie de rítmica marea física y psicológica. Necesitamos de esas altas y bajas, de la intensidad de tales momentos en que podamos desahogar todo el contenido de nuestra "locura saludable", aunque al final del día y de nuestra celebración, tendremos que intentar reorganizarnos nuevamente, recuperarnos a nosotros mismos, nuestra persona, nuestro espacio y nuestra posición con la familia, con el trabajo y con las rutinas de nuestra cotidianidad descontrolada, para lograr el retorno a esa realidad que significa comenzar un año más (Continuará).