Hoy mientras esperaba el camión se acercó un tipo con una bata en la cabeza.
Yo hacía como que no le miraba, pero sí le miraba.
Por lo general el camión pasa quince para las ocho.
Faltan cinco.
¿Cinco para las ocho o cinco para las quince para las ocho? Le pregunto al tipo con la bala en la cabeza.
Disculpe,
¿faltan cinco para qué?
El tipo con la vara en la cabeza me mira como si le hablara en otra lengua.
Me pregunto si habla español y se lo pregunto. Responde que sí, que obvio, que naturalmente que habla español.
Le pregunto si sabe cuánto falta para las ocho.
¿De la mañana o de la noche?
De la mañana.
El tipo con la bolsa en la cabeza mira alrededor nuestro y luego se encoge de hombros.
¿No sabe o no me quiere decir?
De vuelta los hombros arriba y abajo y en seguida su indiferencia.
Veo que, dos calles más allá, da vuelta el camión.
Faltaban cinco para las quince para las ocho, pienso en voz alta. Confirmo viendo mi reloj.
Qué torpe, le digo al hombre con la balsa en la cabeza, como disculpándome por las molestias. Y levanto mi mano derecha y le muestro mi muñeca presa del tiempo.
Loco, me dice el hombre con la bandera en la cabeza y da uno, dos, tres pasitos para atrás.
¿Se aleja de mí?,
Le pregunto mientras el camión está por llegar a nosotros.
No, no, claro que no, me dice el hombre con la banda en la cabeza mientras da otro y otro paso hacia atrás.
Y al mismo tiempo que se para el camión frente a nosotros, y abre las puertas, el tipo con la venda en la cabeza se echa a correr en medio de la noche.
Si esto no es un ejemplo de locura, le digo al chofer que tiene un ábaco en la cabeza, entonces los ejemplos de locura no existen.