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Nuestras Plumas

EXTINCIÓN EN CADENA

IVÁN HERNÁNDEZ

Distraído en la pena de enterrar a su querido perro, un magnífico labrador cuya increíble masa difícilmente puede concebirse como algo inerte, el amo se pone a pensar, como por accidente, en lo profundo que es el abismo dentro del cual se dispone a arrojar los restos de su amigo.

Un análisis superficial de la materia le muestra unpozo que no es tan hondo como para llegar a China, ni siquiera goza de un diseño particularmente admirable, sin embargo, cumple excepcionalmente su función de fosa, y eso no es todo, será séptica en cuanto arroje sobre el extinto compañero una mortaja de cal. La vida, entonces, aparece ante los ojos del improvisado sepulturero como un fenómeno de la naturaleza contenido en la fórmula química del calzón, Chonsp; con ese chascarrillo, el maestro de química de la secundaria herraba en los cerebros de los estudiantes los elementos principales de la materia orgánica.

Su educación religiosa, sin embargo, le enseñó que la base de todas las variables animadas es el polvo, polvo eres, y en olvido te convertirás. La perspectiva es poco halagadora, pero los días y las desventuras se encargan de prepararnos para el salto definitivo en la nada, ese pensamiento lo tranquiliza, aunque sólo por un momento, tan diminuto como la combustión de una cerilla frente a una corriente de aire.

¿QUÉ MÁS HAY?

La pregunta, por espontánea y consecuente con el escenario, cala hondo en el ánimo de aquel hombre. Trata de evadir el tema, de concentrarse en los movimientos mecánicos, encajar la hoja, levantar la tierra. ¿Qué más hay? Nadie ha conseguido dar una certera respuesta a la cuestión, ni siquiera la televisión o la internet. Conocer las palabras de Omar Jayyam. “¿Qué hay después de la muerte? La Nada o laMisericordia”, no le daría ningún consuelo; con los versos de Quevedo sobre el polvo enamorado se obtendría el mismo resultado.

Todo ha terminado, la tumba en el jardín goza de una compactación, si no perfecta, bastante competente. La pérdida no deja sino algunos testigos incapaces de llorar la interrumpida convivencia, la agotada felicidad: un hueso de plástico, una pelota y un plato sin nombre. El perro dejó de ladrar, y su amo dejó de llamarlo, algún gato dejará de huir, igual que un cartero dejará de asustarse al tocar en esa puerta, ¿quién sabe dónde terminará esa extinción en cadena de minucias? El amo se descubre terriblemente perturbado.

No es para menos: La catástrofe se cierne sobre su limitado y, de pronto, mutilado mundo. Las cosas que se lleva a la tumba un simple perro.

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