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HASTA AQUÍ

AGENCIAS

Son cinco los dedos que componen la mano para soltar o sujetar, que unidos en alto detienen, un alto que a veces es el gesto de basta ya, que dice: Hasta aquí, como lo hace el libro de Hernán Bravo Varela.

Hasta aquí es una marca de tiempo y espacio que, contrario a lo que se supondría, no cierra, abre. Sin necesidad de un manifiesto por sí misma la poesía retoma su carácter de constante insurrección en este libro que une sin atar la infancia, el dolor social, la experiencia de una ciudad como Washington, la poesía que contienen los candados en un puente en París y la muerte de Kurt Cobain. Un plan narrativo antifronteras.

Un par de postales abren el libro de poemas: el recuerdo de una fiesta infantil de cumpleaños seguido por el descubrimiento de la fascinación del fuego y su poder enloquecedor, consumidor, seductor. No hay mito que no sea personal, la aproximación al mundo siempre deja huella. Así comienza a operar el reto poético y el deslinde del lugar común.

En el segundo capítulo hay un cuarto vacío, que no es un cuarto, porque es un cuadro que no es un cuadro, sino el instante previo al movimiento, al ruido, a la vida. Un espacio que toma un respiro antes de todo. Es una pintura de Edward Hopper, que Bravo Varela pinta de nuevo.

Las suelas desprendidas de los tenis, playeras holgadas con el cuello roto, los calcetines blancos sin resorte, el anhelo del fin de semana que solamente alcanza para una borrachera, "Sus ganas de volver a lo de antes sin ser como eran antes, con la experiencia intacta de su después, ahora, sin futuro", son tres salvadoreños en Washington, son los sin remitente, los desplazados, los tantos…

Banderas, edificios, héroes, fuegos de artificio, el autofestejo, trabajo sin fin. Interiores a la par fugaces y hondos presentándose en este capítulo que da forma al reflejo.

El amor es una vacilante presencia, una escalera perdida en la oscuridad, es "darse al camino". Y es puente, un río, un candado. Es la llave y el agua. Un automóvil con besos encerrados. El ramo con su abeja y su zumbido. Es lo que no cabe en la definición. A lo largo del tercer capítulo, Bravo Varela le permite al lector perderse en el laberinto más incomprensible tal vez de la experiencia humana.

Sin el paisaje sólo queda el viaje, el nervio que la sensación ha dejado perturbado, esa idea parece estructurar el cuarto capítulo de Hasta aquí.

"Donde empieza el deber termina la amistad" transcurre en ese tono. En lo que ocurre después de la historia. A la lucha que emprendieron el Ché Guevara y Fidel Castro, sentados en el Café La Habana sólo quedó editarla. En "Por la razón o la fuerza" aparece la justicia que no sabe cómo serlo, también mirar hace culpables o cómplices, un interrogatorio vale para probarlo.

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