Crimea ya es rusa y no hay marcha atrás. Vladimir Putin está moviendo al sistema internacional a una esquina en donde no se había encontrado en mucho tiempo, al camino del regreso a la realpolitik, al mundo que el griego Tucídides describió en su tratado sobre la Guerra del Peloponeso, documento que describe un mundo en anarquía, en el cual los estados egoístas buscan ampliar su territorio, sin un marco legal para la cooperación y resolución de conflictos. La pesadilla de la tradición liberal de un mundo regido por el derecho internacional y el mercado libre, la arquitectura del sistema que ideó Woodrow Wilson a principios del siglo 20.
En el centro de esa pesadilla liberal está Barack Obama, el presidente de la nación que se sigue creyendo indispensable, la que victoriosa tras la Segunda Guerra Mundial consolidó los cimientos de un sistema internacional que serviría a sus intereses. Por un lado, expandir y proteger el capitalismo a través de las instituciones de Bretton Woods, recuperar las economías de Europa Occidental con el Plan Marshall. Por el otro, obligar a las potencias vencedoras a ponerse de acuerdo bajo la Carta de la ONU, con una agenda de expansión democrática y de cooperación para el desarrollo. EU creó un mundo a su imagen y semejanza en el siglo 20, porque pudo.
El final de la Guerra Fría dejó un mundo con una superpotencia victoriosa y otra sacudida, en crisis económica, derrotada y con ánimos reformistas. Gorbachev y Yeltsin acoplaron a la ex URSS a un mundo globalizado, donde el mercado era el ganador y el discurso de la democracia había permeado. La de los 90 fue una década de ajustes para comprender cómo se comportaría el ex Imperio Soviético, si pareciéndose más a Occidente y respetando las reglas del juego- lo cual en términos generales hizo- o si adecuando ese modelo a su realidad, con autoritarismo competitivo, una economía liberalizada en casi todo, pero con un modelo monopolista, capitalismo de cuates y con alto grado de corrupción, y con alianzas con los viejos enemigos de EU, lo cual acabó haciendo.
El nuevo siglo trajo a una Rusia que jugó protegiendo sus intereses y tendiéndole una mano a Europa. Hoy no hay país de la Unión Europea que no desee una relación comercial prioritaria con Rusia, uno de sus principales abastecedores de petróleo, gas y de capital. Una Rusia que bajo Putin en 2003 señaló con el dedo flamígero la invasión estadounidense de Irak como un "grave error político", llamando al respeto de la soberanía de un Estado independiente y aliándose con París y Berlín a favor del multilateralismo y en contra de Washington, Madrid y Londres, sólo para en 2008 hacer lo propio, invadir Georgia y anexarse de facto dos de sus territorios, para volver a hacer lo mismo en 2014 con Crimea. Una Rusia que juega a las reglas cuando le conviene, simplemente porque puede.
Irónicamente la arquitectura del sistema de seguridad colectiva, de respeto a la soberanía y autodeterminación se consolidó en Crimea, en la Conferencia de Yalta del 45, en donde se selló el destino de la ONU y su Consejo de Seguridad. Hoy Putin vuelve a darle una estocada a ese espíritu de Yalta y Obama se ha convertido en el receptor de todas las críticas por no controlar el delirio de imperio de Putin.
Tan sólo basta con ver cómo los medios más conservadores en EU comparan a Obama con Jimmy Carter. El columnista Jack Kelly incluso recupera la reciente encuesta global de Gallup que revela que un 53% de los participantes cree que Obama no es respetado por los líderes mundiales. Lo mismo ha estado haciendo John McCain, el excandidato presidencial republicano, quien no ha desaprovechado espacio mediático para sugerir "se los dije: Obama no es capaz y es timorato".
Los halcones que le piden mano dura a Obama quieren enfrentar a Rusia con las viejas reglas del juego, las de contener su influencia y desgastarla, tal y como hizo EU durante la Guerra Fría. Hacer eso es no entender cómo está disperso el poder hoy en día, como señala el trabajo de autores como Zakaria, Naim, Albright, Keohane y tantos más. Un mundo en donde tras el fin de la Guerra Fría sí hay un sistema multipolar, con el poder disperso entre Asia, Europa y Norteamérica, pero con EU y Rusia como los dos actores preponderantes, término de moda en México, y con nuevos núcleos del poder, algunos bajo cierto control de las reglas del Estado (los grandes empresarios, monopolistas y actores influyentes de la sociedad civil), otros fuera del control de la ley (narcotraficantes, guerrillas, terroristas).
Ese mundo es el que le tocó a Obama y en el que está tratando de mantener a su país como el actor más importante. Los nostálgicos de la Guerra Fría ven con temor esta nueva realidad porque al final saben que se necesita ir derrumbando una a una las instituciones que le dieron algo de certeza al siglo 20, pero que en el 21 ya no funcionan. Si algo bueno sale de todo esto, debería empezar en la aceleración de la reforma de la ONU y en entender que China es más que Rusia la próxima interrogante y, claro, que Obama no es Carter y que aún le quedan tres años más.
Politólogo e Internacionalista
Twitter @genarolozano