Octavio Paz: la conciencia de una nación
Octavio Paz fue más que un poeta o un ensayista. Ni siquiera el hecho de que ganó el Premio Nobel de Literatura es tan importante. Lo notable es que durante mucho tiempo fue la conciencia de nuestro país. ¿Una conciencia bipolar o esquizofrénica? Quizá. Pero una conciencia al fin y al cabo, como la que hoy tanto necesita México.
En 1936, cuando la Alemania nazi y la Italia fascista financiaban y apoyaban con armas y aviones la rebelión de Francisco Franco, Paz supo estar presente en la República Española. Era un joven de apenas veintitrés años en una comunidad en que la izquierda era dogma. Sin embargo, en 1937, cuando el Congreso de Escritores de Valencia lanzó el linchamiento de André Gide por haber criticado a la Unión Soviética de Stalin en el libro Retorno de la URSS, se abstuvo de unirse a la jauría.
“Nos indignó y entristeció la saña de los acusadores de Gide -recordaría Paz muchos años después-, pero ninguno de nosotros se atrevió a contradecirlos en público”. Quizá el joven mexicano no se puso de pie para enfrentarse a los escritores más reconocidos del mundo, pero él y Carlos Pellicer fueron los únicos que se abstuvieron de votar por la condena a Gide.
Con el tiempo Paz iría adquiriendo madurez y confianza en sus ideas. Perdió las ilusiones del marxismo, y se convirtió en un crítico de los regímenes autoritarios, aun los de izquierda. Si bien, como casi todos los intelectuales latinoamericanos, se mostró atraído en un principio a la Revolución Cubana, para fines de los años sesenta ya expresaba su desencanto y la describía como “una losa de piedra que ha caído sobre el pueblo” (Tiempo nublado). En los ochenta su rechazo al autoritarismo de izquierda era tajante. Si bien él mismo se seguiría inclinando a una retórica de justicia social, muchas de sus posiciones ya eran cercanas al liberalismo, quizá no económico, porque nunca abandonó su desconfianza del mercado, pero sí político.
En la política mexicana, Paz mostró siempre una dualidad entre una defensa de las causas de justicia social de la Revolución -en particular las de Emiliano Zapata, de quien su padre, Octavio Paz Solórzano, fue colaborador-, y la crítica al orden priísta. Aun cuando sirvió como diplomático al gobierno mexicano y aceptó en los sesenta ser embajador ante la India, renunció en 1968 en protesta por la matanza de Tlatelolco. En los años subsecuentes, mantuvo sus cuestionamientos hacia el régimen mexicano. Mientras que Carlos Fuentes afirmaba que había que escoger entre Luis Echeverría y el fascismo, Paz editó revistas intelectuales, Plural y Vuelta, siempre críticas al gobierno. En 1978, acuñó el término de «ogro filantrópico» que describía a un Estado a un mismo tiempo autoritario y generoso.
Paz no era, sin embargo, un hombre de posiciones inflexibles. “Lo primero es curarnos de la intoxicación de las ideologías simplistas y simplificadoras”, escribió en El ogro filantrópico. Quizá eso le daba más valor como intelectual público. Por eso hoy tanto las izquierdas como los liberales lo reclaman como propio; por eso fue tan importante su papel en nuestro país.