Aunque de acuerdo a su mandato constitucional "su objetivo prioritario será procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional", es decir, el combate a la inflación, en la reunión de la Junta de Gobierno del Banco de México, el pasado viernes 6 de junio, decidió reducir en medio punto porcentual la tasa de interés interbancaria (para situarla en 3%) porque consideran "que existen riesgos a la baja para el crecimiento de la actividad económica".
La decisión de Banxico es una buena noticia para la economía mexicana y, aunque no es una garantía de que efectivamente se reactive el crecimiento económico, sí significa que los integrantes de la actual Junta de Gobierno finalmente dejaron atrás esa interpretación letrista de la Constitución que los vinculaba únicamente al control de la inflación y, desde luego, su compromiso irrenunciable de mantenerla siempre por debajo del 4% sin importar los daños colaterales que eso provocará, es decir, a pesar de estar en recesión, con los consiguientes efectos negativos para la población en general, como sucedió en su momento en el 2008 y 2009.
En la última semana de febrero, en este mismo espacio, señalé que no se cumplirían los pronósticos oficiales de crecimiento para el 2014, que en ese entonces -de acuerdo a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público- sería de 3.9%; hace quince días el mismo Banco de México ajustó su pronóstico a un intervalo de entre 2.3 y 3.3% y, unos días después, SHCP hizo lo mismo y lo situó en 2.7%. También vale la pena recordar que el crecimiento en el 2013 fue de apenas el 1.1%, también muy por debajo del pronóstico al inicio de dicho año de 3.9%.
Aunque la decisión es una buena noticia y seguramente tendrá algún impacto favorable en el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) en México, hay que ser cautelosos y realistas, pues el problema del bajo crecimiento no es coyuntural, sino claramente estructural y el país lo arrastra desde 1980, es decir, los últimos 34 años, periodo en el que el crecimiento promedio anual se ha situado en 2.5%, de acuerdo a los datos del mismo Banxico.
Pero el problema es mayor, porque al revisar la tendencia es evidente que la tasa de crecimiento va declinando. El 10 de octubre de 2012, el periódico La Jornada publicó los resultados de un informe del Fondo Monetario Internacional, titulado "Panorama de la Economía Mundial", que mostraba que durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) el crecimiento del PIB por habitante medido en dólares con paridad de poder de compra (es decir, el PIB per cápita real) fue de 35.4%; en el de Ernesto Zedillo (1994-2000), de 24%; en el de Vicente Fox (2000-2006), de 22.93%; y en el de Felipe Calderón (2006-2012), de 14.4%.
Esto implica que en 4 sexenios el porcentaje de crecimiento se redujo a menos de la mitad, que es precisamente la gran preocupación de los economistas: ¿Cómo reactivar el crecimiento económico a tasas sostenidas por encima del 5% anual? Los impulsores del modelo neoliberal, vigente en este país desde el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), sostienen que el problema principal era la ausencia de las llamadas reformas estructurales, que se retomaron en este sexenio después de 18 años de interrupción, primero por la crisis económica de 1994 y después por la incapacidad de los dos gobiernos panistas de lograr los acuerdos necesarios para sacarlas adelante.
De acuerdo a sus postulados y las nuevas disposiciones legales: la flexibilización de las normas del mercado laboral; el sometimiento de los sindicatos de maestros (SNTE y CNTE); la apertura a la inversión extranjera en el mercado de telecomunicaciones, incluyendo radio y televisión; y la apertura a la inversión privada (mexicana y extranjera) a la industria energética en general, se lograrán establecer las bases fundamentales para potenciar el crecimiento económico.
Aun suponiendo que esto sea cierto y los llamados economistas neoliberales tengan razón, los efectos de estas reformas tardarán en manifestarse en la economía nacional y las tasas de crecimiento algunos años, según el mismo secretario de Hacienda, Luis Videgaray, será hasta el 2016, es decir, en la segunda mitad del actual sexenio cuando se logren tasas de 5% anual. Así que, de acuerdo a sus dichos, todavía quedan dos años (2014 y 2015) de bajo crecimiento.
Pero para que se logren las tasas de crecimiento tan anheladas hay que vencer, al menos, dos grandes problemas estructurales que hoy, más allá de los discursos, no son atendidos: el impulso a la pequeña y mediana empresa y al mercado interno, lo cual implica una redistribución del ingreso a favor de las clases medias y bajas, que no está contemplado en ninguna de las llamadas reformas estructurales.
En estas condiciones, la decisión de la Junta de Gobierno del Banco de México es una buena noticia, pero su impacto -en el mejor de los casos- será marginal y coyuntural. Y, en el caso de que se cumplan los pronósticos de crecimiento de Videgaray (que hasta el momento ha errado en el 100% de los casos -2013 y 2014-) la riqueza adicional que genere dicha expansión ensanchará las desigualdades económicas y sociales, por lo que eventualmente puede generar inclusive mayores tensiones sociales, de las que hoy existen. Hoy es una realidad incontrovertible: hay que crecer, pero también hay que distribuir mejor el producto de dicho crecimiento y este gobierno ni siquiera tiene entre sus intenciones esta segunda parte.