¿Qué sentido tiene estudiar el pasado? ¿Para qué investigar lo que pasó hace 50 o 100 o 500 o mil años? ¿Cuál es el punto de entablar, según la bella expresión de Quevedo, "conversación con los difuntos"? Hace un par de semanas hubo una pequeña polémica que pasó desapercibida en la prensa mexicana pero que ofrece, a su manera, una respuesta posible (aunque no la única, desde luego) a dichas interrogantes.
Todo comenzó con la publicación del nuevo libro de Edward E. Baptist, "The Half Has Never Been Told. Slavery and the Making of American Capitalism" ("http://j.mp/halfhasn"), una bien documentada investigación que muestra: 1) que en Estados Unidos la esclavitud no fue un vestigio de antiguo régimen mediante el que las élites tradicionales trataron de conservar su honor o status sino una institución, no por violenta menos racional, que funcionó conforme a una lógica deliberada de reducir costos y extraer las mayores utilidades posibles del trabajo forzado en los campos de algodón; 2) que por mucho tiempo la esclavitud no entró en contradicción práctica con el sistema de libertades políticas y libre mercado de la nueva república estadounidense, que así como terminó siendo abolida tras la victoria del norte en la Guerra Civil también podría haber sobrevivido; en suma, que a pesar de su inmoralidad, lo cierto es que no estaba "destinada" a desaparecer. 3) Que la esclavitud no fue ajena al desarrollo del capitalismo moderno en Estados Unidos sino, por el contrario, una de las causas fundamentales que llevaron a ese país a convertirse, en poco más de un siglo, de un pequeño dominio colonial británico a la economía más grande del mundo.
La prestigiosa revista "The Economist" publicó poco después una reseña muy desfavorable del libro argumentando que no podemos saber si los testimonios directos que rescata Baptist a propósito de la crueldad que padecían los esclavos son un reflejo "adecuado" del sentir de todos; que los esclavos eran una "propiedad valiosa" cuyos dueños tenían incentivos para mantenerlos sanos y fuertes, por lo que al menos una parte del aumento en su productividad podría deberse no a que fueran más explotados sino a que recibieran "un mejor trato"; o que "Baptist no ha escrito una historia objetiva de la esclavitud. En su libro casi todos los negros son víctimas y casi todos los blancos villanos. Eso no es historia, es activismo". Aparentemente, para "The Economist" el principal problema de escribir una historia sobre la esclavitud… es no hacerlo desde el punto de vista de los amos.
La reseña generó multitud de críticas y parodias de la revista, misma que optó por ofrecer una disculpa pública y retirarla (aunque, "en el interés de la transparencia", el texto sigue estando disponible en "http://j.mp/bloodcot").
En un artículo posterior dando cuenta del episodio ("http://j.mp/whatecon"), Baptist supo hacer explícito el núcleo de la cuestión: "Durante las últimas décadas, "The Economist" y sus atirantados lectores han sido por lo general confiados adeptos del fundamentalismo de mercado, de la idea de que todo sería mejor si lo midiéramos en primera y última instancia por su eficiencia para producir utilidades. Yo, por otro lado, sostengo en mi libro que la esclavitud vinculada al algodón en Estados Unidos creó -y aún mancha- esa economía capitalista moderna que "The Economist" a veces parece recetar como la cura para todos los males. Me gustaría creer que todos estamos de acuerdo en que la esclavitud fue mala. Si la esclavitud fue un buen negocio -y vaya que lo fue- entonces eso crea una paradoja implacable respecto a la autoridad moral de los mercados y de los fundamentalistas del mercado. ¿Qué más, hoy en día, podría ser inmoral y sin embargo buen negocio?".
Para hacer ese tipo de preguntas sirve la historia. Y para vernos en el espejo de sus respuestas. Porque el pasado, aunque pase, nunca termina de pasar…
Twitter: @carlosbravoreg
(Profesor asociado en el CIDE)