EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Parquímetros versus realismos urbanos

JULIO FAESLER

México es rico en ciudades que han conservado el señorío y belleza que animan a sus habitantes e inspiran nobles sentimientos en sus niños y jóvenes.

En muchos casos la modernidad se ha superpuesto a los años de tradición. Muy atrás quedan las pinturas, grabados y litografías de otros tiempos. En la ciudad de México han desaparecido lagos, canales y arboledas, opulentas fachadas de los palacetes.

La pérdida de las viejas casonas que adornaban avenidas y paseos se ha debido tanto a la traición cultural de los dueños que las demuelen para monetizarlas como a decisiones igualmente insensibles de funcionarios y descuidados comités que desatienden los valores históricos y niegan la importancia de asegurar armonía estética a los panoramas de la ciudad.

La ciudad de México tiene barrios de extraordinaria belleza y acogida como Coyoacán, uno de los reinos precortesianos. Poco a poco se ha visto invadido por el mercantilismo que ocupa sus espacios. El asunto no sólo es capitalino.

El caso se presenta en muchas más ciudades de la República que hay que proteger. En cada una de nuestras ciudades hay que cuidar que el entorno de nuestra vida cotidiana sea agradable y enaltecedor en lugar de estar afeado por construcciones sin más criterio que el de rendimiento comercial.

Junto a la lucha contra la vulgarización de las apariencias citadinas llega el problema que plantean las marejadas del incontenible aumento de automóviles provocando estrangulamientos y caos en las calles y costosos dispendios de tiempo y gasto para todos. Se propone la instalación de parquímetros para mitigar el problema. Son empero, un torpe invasor de la cuidada personalidad de una ciudad antigua.

Estos aparatos pueden tener evidente utilidad en calles ya intensamente aquejadas del tráfico que las avasalla y ahoga y que se agrava por la escasez de facilidades de estacionamiento para los automóviles.

Los parquímetros, sin embargo, no aportan nada a una solución. No remedian el problema central originado por el exceso de automóviles registrados en las ciudades. Los parquímetros no ofrecen más espacio. Simplemente marcan el tiempo a la estancia autorizada. Lo que sí aportan las tarifas que el servicio cobra al automovilista es un ingreso al que lo instaló. Si a la autoridad se revela el fin recaudatorio que explica el programa; si a alguna empresa concesionada, se revela un muy discutible caso de subrogación de función pública.

Con toda razón los vecinos de Coyoacán se oponen a que sus calles del centro histórico sean afeadas con los mencionados aparatos con que se sustituyen los cuidados y vigilancia que desde décadas dan los tradicionales cuidadores que se ganan la vida con las propinas que sostienen su economía familiar. De los "franeleros", se dice que algunos son agentes distribuidores de marihuana u otras drogas. A esta acusación no se responde con mudos aparatos mecánicos que a su vez necesitan vigilancia para asegurar su buen funcionamiento. Es preferible contar con la vigilancia de personas bien seleccionadas, registradas y con uniformes que los identifiquen como estaba comenzando a hacerse en esta Delegación.

En la ansiosa recaudación que desea la autoridad local, no hay retribución a personas que evidentemente la necesitan y que nada se gana con privárseles de ella. El producto del cobro que se hace con las proyectadas máquinas irá, o a las arcas de la Delegación que seguro necesita bastante vigilancia o la contabilidad de alguna muy aguzada empresa.

Llama la atención que el Secretario de Gobierno del Distrito Federal afirma que sólo con diálogo se llegará a acuerdos con los ciudadanos y no con actos violentos como impedir la instalación de los parquímetros. La falta de diálogo, empero, fue precisamente lo que provocó la enérgica reacción cívica.

Se dice que los parquímetros son la mejor alternativa para mejorar la movilidad puestos que de otra manera, dice el Delegado de Álvaro Obregón, se tendrían que mantener grúas las 24 horas del día y realizar operativos para el retiro de los franeleros. Ninguno de estos argumentos vale: las grúas se usan si la estancia del vehículo no es permitida y no hay razón para retirar a los franeleros si se seleccionan y registran debidamente.

Cuidar la belleza de nuestras ciudades como ya se viene haciendo en Morelia, Zacatecas, Campeche, Querétaro, Puebla, Oaxaca, por dar solo unos ejemplos, es tarea que hay que hacer. El INAH está al tanto de sus responsabilidades en lo que se refiere a Coyoacán. Confiamos en su buen criterio y en el buen juicio de los habitantes de las muchas ciudades que requieren de él.

juliofelipefaesler@yahoo.com

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 969737

elsiglo.mx