Pelando la cebolla
El título del libro es metáfora. La cebolla tendrá que perder sus capas para llegar a la parte más tierna. Así el ejercicio de la memoria: Llama a la puerta lo que ocurrió antes y después de terminar mi infancia -dice el autor-, lo que transcurrió quiere ser narrado.
Günter Grass (Ciudad libre de Dánzig, 16 de octubre de 1927) escritor y artista casubo alemán, galardonado con el Premio Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1999, quita poco a poco esas capas que no son delgadas, antes bien, gruesas y ásperas.
A los 17 años perteneció a las Waffen-SS, es decir, estuvo entre los soldados, casi un millón, que reclutó al final la SS (Schutzstaffel o Cuerpo de Protección). Se conocía más que en 1944 estuvo unos meses en el ejército como auxiliar de artillería y que sirvió en la milicia, pero no que los batallones organizados para la guerra por los nazis lo hubiesen reclutado como soldado, aún en edad escolar.
Su ingreso en las Waffen-SS no fue premeditado, él mismo se presentó como voluntario para servir en submarinos, y fue destinado a Dresde, donde sirvió en la Décima División Panzer SS Frundsberg.
Pelando la cebolla, dividido en once capítulos, como una buena parte de la obra del escritor, aborda el tema y en primera persona dice estar consciente de haber sido parte de un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Mario Rivera Ortiz en su texto La vergüenza de Günter Grass (Política y cultura, recuperado el 13 de mayo de 2014, de http://scielo.org.mx) explica las razones que llevaron al partido nazi a ocupar el poder: Por los primeros treinta, la gran crisis económica mundial en Europa había llevado a las clases medias al borde de su aniquilamiento, de manera que cuando aparece el partido nazi en Alemania con su oferta populista, nacionalsocialista, sin muchos esfuerzos logra atraparla en sus redes orgánico–ideológicas, junto a parte importante de la clase obrera y el campesinado.
La infancia
La memoria de Günter Grass es lúcida. El autor de El tambor de hojalata (1959); Años de perro (1963); El rodaballo (1977); La ratesa (1986); Mi siglo (1999) y La caja de los deseos (2008), entre otras novelas, hace recuento preciso de los episodios en donde él era un niño casero que administraba los tesoros de su nicho. A continuación enumero algunos episodios:
1. Mi infancia terminó en un espacio angosto, cuando donde me criaba, la guerra estalló simultáneamente en varios sitios.
2. El muchacho que llevaba mi nombre se hizo realmente voluntario de la Jungvolk, organización que preparaba a las juventudes Hitlerinas. Nos llamaban Pimpfe (pedorrines) y tambien Wolflinge (cachorros) […] Cantábamos como si los cánticos hubieran podido hacer al Reich más y más grande.
3. Yo aprendía a oler, oír, ver y sentir: la pobreza y pesadumbre de las familias obreras numerosas, la soberbia y la furia de los funcionarios que maldecían en un alemán rebuscado, incapaces de pagar por principio, la necesidad de las mujeres solitarias de un poco de charla en la mesa de la cocina, el silencio amenazante y las persistentes peleas entre vecinos.
4. Otra vez surge una imagen: yo, según mi propia indignación. Yo, bajo un casco de acero que me resbalaba. Yo, actuando según órdenes. Yo, esforzándome con empeño para cumplir una misión.
El arte
No tengo motivos para rechazar mi idea fija de que cuanto le ocurre a un hombre está condicionado por todo su pasado, afirma Cesare Pavese en el libro Oficio de vivir (Seix Barral, 2001) diario publicado por primera vez en italiano en 1952. Es otra manera de definir la memoria, el pasado que condiciona al hombre y lo despoja de todo lo que es. Es difícil desnudarse, o dicho de otro modo, ahondar en las flaquezas, los errores; no de declararse fumador:
No me empujaron penas de amor ni de dudas existenciales. Probablemente fueron las acaloradas rondas de conversaciones y sus cavilaciones profundas que chapoteaban en la superficie las que hicieron surgir el deseo de permanecer a la comunidad de fumadores y, como uno de ellos, echar mano a tabaco y papel de fumar; eso me hizo adicto o, dicho más suavemente, fumador habitual.
El libro da cuenta de sus primeras lecturas: “Leía lo que podía tomar prestado y lo que el padre Stanislau me pasaba [...]; salieron baratas en el mercado: Luz de agosto de Faulkner, El revés de la trama de Graham Greene”.
Hay en el autor de La caja de los deseos (Alfaguara, 2009) una necesidad de hacer público el silencio, la contrariedad, el horror de la catástrofe. Grass asume el papel de Oscar Matzerath en El tambor de hojalata (1959). La visión de Oscar, su negación a crecer, lo pone de frente a los episodios de la Segunda Guerra Mundial.
El autor confía plenamente en el poder del arte. Su madre (a diferencia del padre, seguidor ferviente de Hitler), amante de la música y católica, le heredó este dogma. En su primera novela, hay una escena en la que el tambor, ese tambor de hojalata, silencia la voz de los nazis.
Las palabras y la conciencia
Otro de los temas del libro son las palabras: Ay, con qué facilidad fluyeron de mi mano las palabras a comienzos de los sesenta, cuando fui lo suficientemente sin escrúpulos para desmentir los hechos y comprender todo lo que quería ser paradójico. […] El flujo de palabras controlado página a página se precipitaba en cascada. A través de estas, Grass se hunde en la conciencia personal y colectiva como en las entrañas de la tierra:
Además me gustó la expresión “bajo tierra”. Tuve verdaderas ganas de perderme en la entraña de la tierra […] desaparecer, ser tragado, estar ausente, como dado de baja y al mismo tiempo, si era absolutamente necesario, incluso trabajar muy hondo bajo la corteza terrestre, realizar un trabajo reconocido como el más duro. Quizá confiaba en encontrar bajo tierra algo que a la luz del día no se dejaba ver.
¿En qué momento surge el material que vuelve palpable el rechazo hacia lo que fue un exterminio contundente? Grass propone una respuesta:
Cuántas cosas se convierten en material narrativo. Para la transformación de la vida en estado bruto en un texto repetidas veces corregido, que sólo en forma impresa encuentra el descanso, puede citarse como ejemplo una de aquellas lápidas sobrantes […] había que raspar radicalmente la inscripción profundamente grabadas, hasta que en la cara vista de la piedra nada recordara a un hombre […] nacido en 1854 y fallecido en 1923. Luego, diversas herramientas ayudaban a dar a las diabas una nueva superficie brillante, en el que, con nombres y fechas, se esculpía profundamente otra vida”.
Las memorias
Leer a Günter Grass es fascinante; en su vida nadie porta una máscara y, ni siquiera el autor mismo, se vale de artilugios para distraer al lector. Es la diferencia entre este libro y La caja de los deseos, aunque este siga la segunda parte de la biografía. En La caja, María, la fotógrafa, la María Rama, lleva el papel protagónico. La propuesta narrativa es diferente y la primera persona cede paso a la tercera y él aparece como secundario: Érase una vez un padre que al hacerse viejo llamó a reunirse a sus hijos e hijas -cuatro, cinco, seis, ocho en total-, quienes después de mucho vacilar, se sometieron a su deseo.
Pelando la cebolla, es un libro fiel a la vida, pero sobre todo, a la verdad. Es, acaso Günter Grass lo dice en voz alta, la única salida frente a este mundo atroz.
Twitter: @contreras_nadia