Venezuela es desde hace 15 años un polémico experimento político y económico. En cuanto a lo político, Venezuela ha sido un laboratorio porque ahí un ex militar golpista se hizo del poder por medios democráticos en 1999, prometiendo un respeto a los valores liberales de las democracias (propiedad privada, libertades individuales, derecho a la contestación pública, protección de minorías, derecho de asociación, entre otros) sólo para después abandonar esas promesas, reformar la Constitución para crear un nuevo proyecto de Estado, minar a la oposición, desaparecer una de las cámaras del Congreso, poner a los jueces del Poder Judicial al servicio de la presidencia. En Venezuela desaparecieron los pesos y contrapesos y se elevaron los costos para la contestación pública. Como escribió Robert Dahl, la democracia es de grados y en Venezuela se pasó de una democracia liberal a una meramente electoral.
En términos económicos, la Venezuela de Carlos Andrés Pérez siguió el manual de ajustes dictados por el consenso de Washington, esas reformas neoliberales bien descritas por el académico David Harvey en su libro "Breve historia del neoliberalismo", disciplina fiscal, control de la inflación, privatización de empresas, debilitamiento o desaparición del Estado benefactor, libre comercio, etc. Venezuela danzó al ritmo del neoliberalismo hasta la llegada al poder de Chávez. Para 2003, Venezuela ya había abandonado por completo el dogma neoliberal y fundado el proyecto Bolivariano. Una vigorosa participación del Estado en la economía, un control de cambios, una presencia vigorosa de políticas sociales del Estado a través de sus "Misiones", una Constitución que ampliaba derechos socioeconómicos y desde la presidencia un líder carismático que empezó a copiar el discurso de Fidel Castro y a explotar el clivaje de clase. El resultado: de acuerdo con un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Venezuela fue el país de América Latina donde más se redujo la pobreza en 2012 (una reducción del 5.6%) y prácticamente el modelo económico chavista ha sido exitoso en este rubro año tras año.
Por ello Venezuela representa tanto para tantos. Porque para la izquierda más apasionada Venezuela es la alternativa al modelo económico del capitalismo salvaje que en lugar de terminar con la inequidad en la distribución del ingreso, la magnifica, creando ese mundo del 1% de quienes todo lo tienen contra un 99% de quienes poco o nada tienen. Porque para muchos el discurso antiyanqui de Chávez y de Maduro representa una viaje herida en Latinoamérica que no ha sanado y que se transmite de generación en generación: el intervencionismo estadounidense que lo mismo procuró y solapó el golpe militar de Pinochet en 1973, que mantiene una política de aislamiento al régimen cubano desde los años 60 del siglo pasado. Porque Venezuela es hoy a final de cuentas la conciencia crítica del poderío estadounidense. Por eso el silencio cómplice de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac).
Para la diplomacia mexicana lidiar con Venezuela ha sido desde al menos el 2000 un suplicio. Un suplicio porque Vicente Fox significó para México la era de la alternancia y la del rompimiento de viejos tabúes de una tradición diplomática que fue profesional, con oficio y elegante, aunque también una tradición diplomática hipócrita, anquilosada, solapadora de abusos y que protegí a al régimen de partido único para que nadie se metiera internacionalmente con él, para que no fuera exhibido y criticado en foros internacionales. Fox y su Canciller Castañeda vieron que el momento era distinto en 2000 y que México tenía que realmente activar como un pilar de su política exterior la promoción de los derechos humanos, aunque ello conllevara críticas directas a Cuba y a Venezuela. Con Calderón se regresó a la hipocresía del viejo PRI y con Peña Nieto hasta ahora se demuestra que al menos en política exterior el viejo PRI está de regreso.
Los enfrentamientos en Venezuela, la represión de las fuerzas de Maduro contra estudiantes, la detención de Leopoldo López, uno de los dos líderes opositores más importantes, la muerte de una docena de civiles, el desabasto en los supermercados y farmacias, etc., hoy obligan a una definición contundente de la comunidad internacional. México tiene un asiento en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y como bien dijo la senadora Mariana Gómez del Campo, quien preside la comisión de América Latina, la Cancillería de José A. Meade emitió un comunicado más completo y con mayores elementos sobre la situación en Ucrania y apenas un boletín de prensa en el que tímidamente llama al diálogo en Venezuela. Es realmente inaceptable.
Inaceptable para un país como México que busca mayores responsabilidades globales. La oposición venezolana está aislada, sola y vulnerable ante el régimen de un Presidente fuera de quicio que lo mismo decreta la existencia de un Ministerio de la Felicidad que justifica el encarcelamiento de un opositor "por su propio bien, para protegerlo de un intento de asesinato de los fascistas".
Venezuela tiene ese mágico poder de convertir a los mexicanos de izquierda y defensores de la democracia en compinches del autoritarismo y a los niega derechos de la derecha mexicana en progres preocupados por el derecho a la protesta. Venezuela tiene ese mágico poder de enseñarnos que al menos en política exterior sigue existiendo ese viejo PRI, que cobija a autoritarios.
Politólogo e Internacionalista
Twitter @genarolozano