Es una noche cualquiera en Torreón. Una familia de pronto tiene una complicación; uno de los hijos empieza a presentar complicaciones para respirar con normalidad, los padres del muchacho asumen que es natural porque apenas está superando una afección neumonar de apenas unos cuantos días de ocurrido.
Para desfortunio las nebulizaciones, prescritas de antemano por el médico y que se han intensificado en las últimas horas no dan el resultado esperado y la respiración del afectado continúa agitándose de manera desproporcionada. La preocupación empieza a crecer.
La madre toma el teléfono y llama al doctor, quien primero piensa en recetar un medicamento que le ayude a resolver de manera más efectiva lo que las nebulizaciones no han conseguido, pero luego de apenas una vacilación, el médico indica que lo conducente es ir al hospital a que el afectado sea revisado para tener un mejor diagnóstico de la situación, ya que han transcurrido horas con las aplicaciones de nebulizasadores y el problema no da viso alguno de resolverse, al contrario, el escenario empeora.
Llegan al área de urgencias del nosocomio, el personal de guardia recibe al enfermo en uno de los cubículos destinados para la atención pronta de que quienes llegan de manera precipitada por motivos obvios al sanatorio. Es natural que se piense que una vez estando ya en un sitio como ése, será cuestión de momentos para que las cosas cambien y el convaleciente recupere un ritmo natural respiratorio. Sucede todo lo contrario, el plebe que hace algunas horas había sido dado de alta, estaba en una situación complicada, su pecho es expande y se contrae como si estuviese bajo una extrema exigencia física, como si a su cuerpo se le exigiera que corriese a la máxima velocidad posible.
Lo que empezó como una noche de un malestar físico aparentemente ligero es ya en ese momento una madrugada de preocupación. En lugar de progresar, el cuadro clínico se ha tornado más complejo. Las nebulizaciones han quedado atrás sin resultado alguno, se la colocado al paciente una mascarilla con oxígeno, porque luego de tomar las mediciones debidas, está claro que el proceso respiratorio lejos está de desarrollarse adecuadamente, el nivel de oxigenación del cuerpo ha caído a grados ya riesgosos y no hay signos algunos de mejoría, al contrario, cuando se está a un par de horas de que amanezca, la prioridad es hacer al paciente de apenas 12 años pueda respirar para salvar la vida, ya que un espasmo severo le está cerrando los bronquios.
La situación hace que se llame a una especialista, lo conducente para el caso es pasar al paciente al área de terapia intensiva, porque cada vez es está más grave. Aparece entonces una doctora especializada y se hace cargo de la situación, conduce al menor a la terapia y hace intentos para poder regresarle literalmente la respiración. Hasta entonces nada funciona, se tuvo que tomar el siguiente paso: sedar al paciente y entubarlo, no queda de otra. El reloj para entonces ya marca las 8 de la mañana.
Lo esperado para cuando se llega a este momento es que por fin el espasmo ceda y la oxigenación alcance parámetros adecuados para la preservación de la salud, esto conlleva por supuesto que el intercambio de gases en los pulmones comience efectuarse regularmente, ingresando el oxígeno y expeliendo el bióxido de carbono. Sin embargo, lo segundo no sucede y los niveles de CO2 continúan anormalmente altos, con lo que se corre el riesgo de un envenenamiento por esta causa, provocado por un espasmo que no cede aun con todos los medicamentos aplicados para ese fin. Este cuadro provoca que el ventilador artificial que ahora introduce el aire al pecho, tenga que calibrarse a una presión que puede colapsar alguno de los pulmones. La situación sigue entonces grave (nadie se atreve a preguntar; el estado del niño es crítica) la madre está ya petrificada, y sólo queda esperar.
Pasó el medio día y todavía no había signos claros de mejoría. Alrededor de las cinco de la tarde el escenario cambiaba para bien, los medicamentos surtían por fin efecto y los niveles peligrosos del bióxido comenzaban a descender, se pudo sentir un alivio.
Sin embargo, el paciente continuaría sedado y entubado por casi 72 horas. Las visitas al área de terapia intensiva requieren ciertos procedimientos: utilización de botas quirúrgicas, tapabocas y batas colocados en un espacio destinado, para ello es requisito para ingresar a ese lugar donde los extraños sólo miran a pacientes que su salud es precaria. Así que visitar al muchacho que hace muy poco estaba normal y verlo yacer inconsciente y auxiliado para respirar no es sencillo, aunque cada vez su salud es mejor.
En un cierto momento, la madre del entubado espera un poco a la doctora que le ha salvado la vida a su hijo. Una enfermera le informa que está atendiendo a un bebé allí mismo en terapia. Cuando la tratante arriba donde está el muchacho y la madre, la segunda pregunta por el estado de salud del apenas nacido. "Tiene lesiones serias en el cráneo, víctima de violencia intrafamiliar", comparte la galena a la mamá que ha vivido los peores días de su vida porque su hijo se le ahogaba por un espasmo.
Qué dura la realidad, mientras la mayoría tiene en los hijos su máximo tesoro, existen hechos en los que arranques violentos ponen en riesgo la vida hasta de bebés, como el desgarrador caso del niñito en cuestión.
Aparece entonces algo bello. El infante de apenas cuatro meses, tiene en la sala de espera de terapia intensiva a un par de damas pertenecientes al DIF, que han intervenido primero para salvar la vida del bebé hasta entonces, pero sobre todo, permanecen allí para no dejarlo solo en esas cruciales horas. Las mujeres del DIF pasan las horas en la sala de espera, piden informes a la doctora, se angustian por la gravedad del bebé y cuando lo visitan, a leguas se nota que le transmiten amor, ahí en su cunita, mientras el bebé está sedado y respira también a través de mangueras de aire.
Celebro de verdad poder haber presenciado el actuar de las dependientas del DIF. Dar testimonio que existen seres humanos como ellas que pueden compadecerse y dar amor a un desconocido, como lo hicieron con Carlos - así le pusieron las propias damas del DIF, porque el bebé ni nombre formal tenía- es un motivo de alegría, de saber que no todo es maldad o egoísmo. No pude averiguar el nombre de las damas del DIF, no hubo un momento adecuado, pero que valgan estas líneas como un pequeñísimo homenaje para su calidad humana, la sociedad requiere más personas como ellas. Esperamos por supuesto que Carlitos se pueda reponer.