Han ido transcurriendo los días desde que el alcalde de Saltillo, Isidro López, decidió publicar un desplegado en varios diarios de la ciudad de México. El contenido principal de la inserción pagada, obvio con recursos de los saltillenses, era solicitar al mismísimo presidente Enrique Peña Nieto, y autoridades competentes del orden federal, su intervención para que se realice la investigación pertinente para esclarecer los evidentes casos de espionaje que han sufrido algunos miembros relevantes de su administración.
Además de la solicitud principal, el presidente municipal de la capital coahuilense arguye que primeramente solicitó la intervención del gobernador Rubén Moreira para esclarecer los hechos del espionaje, pero el que no haya encontrado el eco que a su juicio merecía el tema, se vio orillado a publicar el dichoso desplegado.
El hecho más evidente de los casos de espionaje a los funcionarios del ayuntamiento en funciones saltillenses, fue la grabación subrepticia donde el tesorero de la capital conversa telefónicamente con una persona y el contenido de esa charla es, palabras más, palabras menos, la situación incómoda que representaba que la mismísima cuñada del alcalde estuviese en la nómina municipal.
La grabación llegó a manos obviamente de medios de comunicación afines al gobierno estatal, y nuevamente (ya habían ocurrido casos anteriores) ésta se hizo pública desatando el escándalo; luego el despido de la pariente por afinidad del edil López y al final, la publicación en el Distrito Federal para hacer caldo gordo de toda esta trama.
Ante estos hechos, el gobernador Moreira respondió hosco al señalamiento de Isidro. Con aspereza dijo estar en la mejor disposición de colaborar en todo por el bien de Saltillo y que además (como lo es) el delito de espionaje es del fuero federal, por lo que no es competente al respecto.
Ese es el escenario más público, por decirlo de alguna manera, de la situación en que se encuentra la relación entre el gobernador de Coahuila y el alcalde de la capital del estado.
Pero tratando de desentrañar las causas del porqué se encuentran así las cosas, se puede partir fundamentalmente de dos elementos: el derrotero del futuro político de Coahuila, con las pretensiones personales de los contendientes; y segundo el perfil mismo de los principales actores: Rubén e Isidro.
El panorama cambió desde el mismo momento de la sorpresiva victoria del panista López en el corazón político del estado, así como la apretada victoria con la que pudo el PRI retener Torreón, con lo que todas las expectativas cambiaron. Donde Jericó Abramo, alcalde saliente, no pudo refrendar con su partido y fue vencido en los comicios electorales por un novel de la política, y en Torreón, donde sí se esperaba que el PAN pudiera retornar al poder, las cosas salieron distintas, y hoy el PRI nuevamente está al frente de la comuna torreonense.
Esto representó un viraje completo para Moreira, que tenía como una posible carta de sucesión al señor Abramo. En tanto, el PAN dominado por el diputado federal Guillermo Anaya y secundado (hasta ahora y cada vez menos) por el senador Luis Fernando Salazar, había impulsado a su testaferro Jesús de León (ahora le han pagado con una diputación local vía plurinominal) para tener una buena plataforma para poder posicionar a sus candidatos en los comicios venideros, y cristalizar en el 17, la probable segunda intentona de Anaya de ser gobernador.
El destino dictó otra cosa y el gobernador se quedó sin una carta fuerte, y a Anaya se le escurrió la alcaldía de Torreón y además le surgió un rival en la carrera por la candidatura de su partido para la gubernatura, el ahora espiado edil saltillense.
En medio de esta situación, al gobernador no le agradaron en lo absoluto los nuevos estadios y con un aparato con muchos más recursos y oficio, ha decidido desacreditar y torpedear por todos los ámbitos al presidente municipal López, mientras los dueños del PAN no han querido apoyar como se debiera a quien tiene el puesto público de mayor importancia en todo Coahuila, (es mejor ser alcalde de Saltillo o de Torreón, que senador o diputado federal) y que peca de ingenuidad e impericia en el manejo del poder municipal.
El otro factor es el de los perfiles. Rubén Moreira, gobernador del estado, es un hombre letrado y muy experimentado en cosas de política. Su origen es igual al de su hermano, el profesor Humberto. Es además reactivo y de piel "delgada", así que no admite contradicciones tan fácilmente. Isidro es parte de una casta emblemática empresarial de la ciudad que hoy gobierna, pero neófito en cuestiones de la cosa pública. Circunstancias, más que trabajo político, es lo que lo llevó a ser presidente de su ciudad.
Con esos perfiles y circunstancias, hacen recordar lo que a Torreón le pasó hace ocho años, cuando se encontraron Humberto Moreira y José Ángel Pérez, con el resultante que todos conocemos para Torreón. Ahora parece que la historia se repetirá en Saltillo, por lo que las condiciones de ahora, parecen propicias para que el gobierno de Rubén Moreira, resarza en lo posible, el abandono al que nos condenó Humberto, aunque sea por motivos hasta de empatía personal con los presidentes municipales en turno.
FE DE ERRATAS
La semana pasada en este espacio, publiqué que durante la administración de Ricardo Rebollo en Gómez Palacio, se había concesionado con argucias corruptas el servicio de limpia a la empresa Proterra, dato por demás incorrecto. Esa concesión se dio al final del gobierno de Octaviano Rendón, donde el regidor panista Rafael Ramos Herrera aceptó haber recibido dinero. Valga entonces la corrección y ofrezco de la misma manera una disculpa por el yerro cometido por mi parte por la involuntaria imprecisión.