El concepto de guerra santa es una contradicción en sí mismo. El hombre tiene una natural apertura a Dios, pero nunca se puede dar esta relación invocando el odio a otro ser humano. La aptitud fundamental de disponibilidad y acogida de la experiencia divina; la capacidad para recibir la fe, solo puede ser comprensible humanamente a partir de la experiencia de amistad y de amor entre las personas. La plenitud de la propia existencia se puede comprender sólo en la recepción del amor del otro como un don gratuito. El hombre se encuentra destinado al amor, precisamente porque Dios le da ese destino haciendo que el amar sea parte del ser. Solamente es posible la experiencia trascendental de Dios si integra la apertura al otro; Dios es amor, se comunica por amor y para amar.
Por consiguiente la religión debe ser amorosa no sólo como destino, sino como existencia misma del ser persona. La definición de persona es "ser para el otro"; la interpersonalidad es condición para la apertura al trascendente, a la divinidad al Otro con mayúscula, que vive en sí mismo una interpersonalidad trinitaria en plenitud de amor y unidad y a cuya imagen hemos sido creados. Esta "amorosidad" pertenece pues al existir de la persona humana, permanece al centro de su ser. Promover la guerra, la violencia, el odio, es ya anti-humano, y promoverlo en nombre de Dios es aún más contrario al hombre mismo y a cualquier válida experiencia de Dios.
Esta afirmación vale para cualquiera que, en nombre de la divinidad, promueva el odio, sea en el pasado como en el presente; sea en lejanas tierras -en el conflicto Israelí-Palestino, o en Irak con el violento levantamiento de la milicia "Estado Islámico"-, como en la cercana experiencia de división que vivimos cotidianamente a causa de iglesias, sectas y religiones que, en nombre de Dios, promueve la división de familias y comunidades, la crítica, la condena mutua, la manipulación, la explotación, el resentimiento, la mentira, el radicalismo y el fanatismo. Solamente en la fe vivida en comunión, podemos acoger la automanifestación de Dios. solamente así responderemos a la necesidad de salir fuera de sí y de encontrar en ello la satisfacción de nuestra tendencia a la plenitud y a la felicidad. Cuando la religión es sólo un pretexto (como muchas veces lo ha sido y lo sigue siendo) para el control, la explotación, y la búsqueda de beneficios mezquinos como el poder o el dinero, no es raro que se promueva el odio y la violencia para conseguir esos fines.
La credibilidad de una auténtica religión es trasmitida por la comunidad creyente o Iglesia que se reúne; es un signo de esa unión con Dios. Su expresión contraria, aún en nombre de Dios, se convierte en una "antireligión", puesto que la fe conlleva el unirse y encontrarse plenamente con la divinidad en una presencia "significativa" en la historia. La fe es un acto personal, pero no aislado; necesita ser completado con la dimensión comunitaria donde se fortalece y perfecciona; donde se recibe y confiesa. Manipular la religión para fines particulares, pretendiendo imponer concepciones de Dios o prácticas religiosas, es ignorar que Dios es respetuoso de la libertad dada al hombre. ¿Si Dios no los obliga, por qué en nombre de Dios se los quiere forzar? La oposición entre religiones o el intento de imponerse a otras, sólo han conseguido crear división y discordia. Toda religión, si le da a la persona la oportunidad de encontrar a Dios, es para encontrarse también con los seres humanos, e incluso con todo el cosmos. Cuando una religión juzga, condena y reprueba, pierde la justificación misma de su existencia. Aún la más auténtica religión, si es mal entendida, tiene el peligro de producir injusticias, odios, división, egoísmos, e infinidad de cosas deshumanizantes, despersonalizantes. Pero no basta sólo evitar la violencia para decir que la religión es buena. Dios se ha decidido por el hombre. Toda religión que se precie de serlo, prueba su autenticidad es su capacidad de promover al hombre y crear personas en plenitud. Si esclaviza, si degrada, si denigra, si fanatiza…, es una falsa religión o está practicándose erróneamente. Además de la formación de individuos en plenitud, la religión debe también se capaz de crear y construir una cultura humanizada. Una civilización que promueve un desarrollo integral, auténtico y generalizado, sin discriminaciones o divisiones. Una civilización del amor que identifica a los "religiosos" con los "amorosos" y viceversa.
Es verdad que la legítima defensa mediante la fuerza militar es una posibilidad, pero las condiciones para ella serían muy difíciles de cumplirse: (Según el catecismo de la Iglesia n. 2309:- Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.- Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.- Que se reúnan las condiciones serias de éxito.- Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar...) Sin embargo, Juan XXIII sostuvo que en la era atómica resulta impensable que la guerra se pueda utilizar como instrumento de justicia.
Nadie puede afirmar su fe en Dios con el odio en su corazón, Dios se ha decidido por el hombre. "Yo no detesto ni a los hombres ni a las mujeres. Yo he amado la vida que es frágil y débil, pero que es todo para nosotros y que es objeto de amor divino. Yo canto ahora la belleza de este mundo que es nuestro, tan frágil, pasajero, fluctuante y que es nuestro tesoro para nosotros, pobres hombres, ciegos por el orgullo, condenados a lo efímero, pero rescatados en el tiempo para el presente eterno que terminará finalmente, uno de estos días, por meternos para siempre en la eternidad de Dios y en su gloria escondida" (Michel Serres).
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