Cualesquiera que sean las circunstancias, la muerte es un drama. Incluso esperado y preparado, es un shock, un trauma. Una vida se detiene, y rostro se borra. El otro ya no está ahí. Se ha ausentado de su cuerpo.
Pero cuando se "desaparecen" como los ya tan citados 43 estudiantes normalistas (y muchos miles más), el dolor es mucho mayor. Pero estos "desaparecidos" se han hecho ubicuos; su presencia ha trascendido fronteras nacionales y del más allá. No porque vengan de ultratumba (sería bueno que estuvieran vivos), sino porque han traído a la vida a quienes sí lo estábamos, por la indiferencia, la insensibilidad o la costumbre de convivir con la muerte (o más bien, con-morir con ella). Viviendo la cultura de la muerte, que se había interiorizado en nuestras formas de percibir y conducirnos ante el mundo. Si la esperanza muere al último, ésta ya estaba agonizando. Pero el despertar de los muertos ha comenzado. Los padres de estos jóvenes los quieren vivos y ahora están más vivos que nunca.
Éste día que nos lleva en romería a los cementerios de Lerdo y Gómez, nos une con nuestros seres queridos que amamos y nos aman, validamos y damos sentido a su vivir y al nuestro; a su morir y al nuestro. Uniendo la reflexión profunda del día de muertos con la de la corrupción política que hiede más que un muerto a los tres días, descubrimos en el amor el verdadero vivir que trasciende la muerte. La vida humana es herida de muerte, si no percibimos que la vida de cualquiera, requiere respeto y veneración; cuando no acogemos el sentido del existir del otro como otro yo, y por tanto como existencia que me trasciende y se convierte para mí, en referencia al totalmente Otro (Dios). El descubrir con horror lo que hemos hecho (cada quien tiene que asumir su responsabilidad en el desarrollo de esta cultura de muerte), somos invitados a revivir, a retomar la vida verdadera, la plenamente humana.
La violencia y corrupción que nos mata, habla de una pérdida del sentido de Dios y de desprecio por la vida. El ambiente negativo que se había negado a la formación de la conciencia y de los valores, ha producido la corrupción de costumbres e instituciones, la distorsión de leyes que justifican lo injustificable, la cultura consumista y materialista, la búsqueda de metas y aspiraciones intrascendentes y el seguimiento de modelos equivocados. En esta circunstancia, este día tan profundamente arraigado en nosotros puede llevarnos a la conversión como solución, más allá de la justicia y el derecho.
Ya no se padece la muerte, ahora se lucha contra ella. "No nos contentamos con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco estamos esperando de brazos cruzados la ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o de domesticar. El pueblo ya no espera y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar" (Papa Francisco, 28 Oct. 2014). Los antes muertos ahora son solidarios y comienza a pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de vida de todos, sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Se están desenmascarando las causas estructurales de la pobreza, enfrentando los destructores efectos del Imperio del dinero: Los desplazamientos forzados, las emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la guerra, la violencia. Los antes muertos ya no quieren oler a corrupción, sino a barrio, a pueblo, a lucha. No se aceptan ya estrategias que sólo tranquilizan y contienen, que domestican y nos dejan inofensivos y pasivos.
Si bien la muerte puede ser vista desde su realidad de ausencia, de dolor del alma, de pérdida de una parte de nosotros mismos, también nos abre paso a la plenitud de lo que nunca es completo en este mundo, de realización total de lo que siempre aquí queda trunco, de cumplimiento de lo que aquí es promesa, de respuesta a los grandes misterios, de descanso a tantas fatigas, de amor pleno el cual aquí siempre queda limitado. Nuestra vida será plena aún antes de morir, si está conectada con la eternidad; si la vida que estamos llamados a vivir está ya en germen influyendo en mi vida actual; si la muerte se convierte en una plenitud de lo que ya estoy viviendo con limitaciones; si se vive amando desprendidos y alejándonos de lo que deshumaniza; si se vive el amor a todos sin egoísmo y en libertad auténtica. Esa es la verdadera grandeza del hombre que el mundo ridiculiza y rechaza, pero que es la única que perfecciona al ser humano.
Desaparecer con la muerte. Aparentemente superficial, esta conmemoración de todos los fieles difuntos, produce desde lo profundo de una convicción que se arraiga en la historia, la tradición y el folclore, las formas de vida específicamente humanas: Anhelo de libertad, búsqueda de verdad, expresión artística, reclamo de trato digno, adoración, capacidad de donación total y gratuita de uno mismo. Es desde ahí que se reclama con gran fuerza y creatividad el respeto a la vida, el trato digno, el reclamo por los desaparecidos, la ayuda en favor de los necesitados, etc. y pasar incluso a cosas más concretas y triviales como la exigencia de transparencia, del recto uso de los bienes, de la implementación de un transporte económico, rápido y digno superando intereses de grupos, eficiencia en el gobierno, justicia, superación de la impunidad, etc.
Para entrar en comunicación con nuestros seres queridos, no necesitamos de médium, o de una tabla güija, es suficiente para nosotros tomar conciencia de una presencia que no cesa jamás. Y entonces la comunicación se da de manera simple. "Aquello que da un sentido a la vida, da un sentido a la muerte" Antoine de Saint-Exupéry.
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