'Los impuestos cuestionan nuestra indiferencia e incapacidad de compadecernos ante el clamor de los otros'.
El año nuevo nos ha sorprendido con impuestos que definitivamente están afectando los bolsillos de todos. La misma palabra es ya desagradable. Pero ¿por qué benditos? ¿Que pueden tener de bueno? Los impuestos pueden dar a entender a la economía de la exclusión y de la inequidad que impera en nuestro mundo, que la solidaridad es necesaria para la humanidad.
El hombre no es un bien de consumo ni alguien a quien se puede excluir, al hacerlo afecta en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive. La relación que hemos establecido con el dinero ha hecho olvidar la primacía del ser humano. Los impuestos cuestionan nuestra indiferencia e incapacidad de compadecernos ante los clamores de los otros y hace llegar nuestra ayuda y cuidados a quienes lo necesitan. Dejan de ser una responsabilidad ajena; nos interesan. En ellos se gastan nuestros impuestos.
Cuando tomamos conciencia que el gobierno es sólo un administrador de lo que es nuestro, no sólo percibimos como propia la ayuda que llega a los necesitados; crece además la exigencia para que esta ayuda sea eficaz. Ahora que pagar los impuestos requiere un gran esfuerzo, porque son un porcentaje considerable de nuestras ganancias, sabremos exigir la recta utilización de ellos para el bien común evitando opacidad, robos, fraudes, despilfarros inútiles, sueldos estratosféricos, etc. Además sabremos exigir que se traduzcan en servicios efectivos que serán recibidos no como una graciosa dádiva de "papá gobierno" al que hay que darle gracias (publicidad de los diputados), sino como una justa y apropiada administración de los bienes públicos. Es necesaria una fiscalización libremente consentida; el consentimiento a los impuestos está en el corazón de la teoría política moderna. Es la piedra angular de un Estado democrático, la prueba de que no vivimos ya bajo el yugo de una tiranía. Todos los ciudadanos tienen el derecho de constatar, por ellos mismos o por sus representantes, la necesidad de la contribución pública y de consentirla libremente, de vigilar como se emplea y de determinar la cantidad, la frecuencia, la manera de recolectarlo y su duración. "En una sociedad totalmente libre, el impuesto será voluntario", proponía la filosofía objetivista de Ayn Rand (1905-1982), de lo contrario el impuesto es simple y llanamente un robo. Pero necesitamos compartir, redistribuir, volver a confiar en una sociedad que está gangrenada por la desconfianza.
La idolatría del dinero, cuya tiranía despiadada aceptamos pacíficamente, ha desequilibrado al ser humano reduciendo sus necesidades al puro consumo; el país ha caído en una desigualdad. Las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, mientras que las ganancias de las mayorías quedan cada vez más lejos de esa minoría feliz. Los impuestos pueden ayudar a redistribuir las riquezas al retomar el Estado el control que el capitalismo rechaza, a fin de promover el bien común. Los impuestos se convierten en la defensa contra una tiranía del dinero que impone sus leyes y reglas. Pero requiere que el estado no sea servidor de esos poderes, que sepa sacudirse la corrupción ramificada y combatir la evasión fiscal egoísta para detener el afán ilimitado de poder y de tener. El objetivo de los impuestos es defendernos contra los intereses del mercado que quieren ser regla absoluta.
Relativizar el dinero y el poder, no corresponde sólo a los impuestos, sino a toda una ética que los inspire, como un elemento más que condene la manipulación y la degradación de la persona. Una ética no ideologizada que permita crear un equilibrio y un orden social más humano. Los impuestos pueden ser el medio para compartir los bienes que a fin de cuentas son de todos. Pero esta ética pide ciertas características a los impuestos para que sean justos: Dados por la autoridad legítima (por lo que la "cuota" requerida por delincuentes manifiesta una doble tributación y determina o un estado fallido o por lo menos la existencia de dos autoridades en conflicto), Causa justa (por lo que impuestos a "caprichos" del estado son inaceptables), proporción equitativa (que paguen más los que más tienen), hay una obligación en conciencia de pagar impuestos justos y de restituir lo defraudado.
La reforma financiera no debe olvidar que el dinero debe servir al ser humano. La violencia tiene muchas de sus raíces en la inequidad. Los impuestos cumplirán una gran misión, si son empleados en superar el abandono en la periferia en que se encuentra gran parte de la sociedad. Si no se actúa contra la marginación, los programas políticos y recursos policiales o de inteligencia no serán suficientes para detener la violencia. El mal consentido por un sistema social y económico injusto en su raíz, socava las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca ( cfr. Francisco, Evangelii Gaudium, n. 59).
Los benditos impuestos pueden ser un medio eficaz para atenuar la excesiva desigualdad de nuestro país y descubrir el verdadero valor de los bienes. El recto uso de esos bienes por parte del estado debe ser una prioridad. Estar atentos a su adecuada utilización es una exigencia por parte de todos, simplemente porque es dinero de todos. El gasto honrado, eficaz e inteligente de los recursos por parte de las autoridades será la mejor motivación para seguir contribuyendo. Se necesitará salir de la apatía, de la corrupción, de la impunidad. Ver cada peso invertido en obras que nos benefician a todos, sin paternalismos, manipulaciones ni dispendios.
El efecto Laffer - "demasiados impuestos matan los impuestos" es tangible y provoca un desastre económico y social medible en empleos suprimidos y no creados. Nuestro modelo social no puede ser de un estado paternalista. Nos enfrentamos ante una alternativa difícil: Quedarnos con nuestros modelos sociales que serán pulverizados por la revolución tecnológica, la competencia internacional, las presiones internacionales, la huida de talentos. O pasamos al nuevo modo de compartir y de hacer hermandad por medio de la solidaridad. Quedaremos prisioneros de una economía sostenida por unos pocos cautivos fiscales o nos abriremos a una comunión de bienes. O seremos una sociedad individualista, o seremos al fin una sociedad que soporta los esfuerzos libremente consentidos de cada uno como motor de lo mejor que está por venir. Fortificados con esta libertad le regresaremos a nuestra región nuestras capacidades para que cada quien ponga en común sus cualidades y se supere de sus debilidades.
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