Este es un cuento y, como tradicionalmente empiezan todos los cuentos: "Había una vez una princesa prisionera en la torre oscura de un castillo lejano" y, como lo exige también todo cuento que se precie de serlo: "Existía también un valiente personaje, - aquí llamado Kim Botón - que partió para rescatarla acompañado de su fiel escudero, Mauricio. Por el camino debía cruzar por el territorio de un gigante al que nadie se había atrevido a enfrentar. Su tamaño, como el de una montaña, hacía temblar de miedo a todos, apenas lo veían. Pero no al valiente Kim Botón, que al encontrarlo en su camino hacia el castillo y observándolo desde un escondite, le dice a su amigo Mauricio: "No me parece tan terrible, más bien parece amable".
"Pero - contestó Mauricio - con su gran tamaño puede aplastarnos hasta sin querer. Es mejor escapar ahora mismo".
"Espera, acerquémonos un poco sin que nos vea".
Así lo hicieron y, asombrados, empezaron a ver que el gigante reducía su tamaño. Aún era gigante, pero ya no como una montaña, sino como un edificio de tres pisos. Continuaron acercándose cautelosamente hasta que el gigante, ahora sólo del tamaño de una casa, percibió su presencia y los llamó. Mauricio, al verse descubierto intentó correr, pero Kim Botón, valiente y curioso a la vez, lo detuvo diciéndole: "Nos está llamando y no parece peligroso". Y lentamente se acercaron al gigante que, increíblemente seguía reduciendo su tamaño conforme se acercaban. Finalmente llegaron a unos cuantos pasos del gigante descubriendo que incluso era un poco más pequeño que Kim Botón. El gigante les dijo amablemente: "Que bueno que se atrevieron a acercarse a mi. Todo el mundo me tiene miedo pensando que soy un gigante cuando lo único que tengo es que, al contrario de ustedes, conforme entre más me alejo más grande me veo, pero yo sigo siendo del mismo tamaño siempre".
Finalmente, Kim Botón y Mauricio, conversaron amablemente y continuaron su misión sin dificultades regresando con la princesa liberada. Y, como todo cuento que llega a su final, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Todo ser humano está llamado a ser gigante; el desarrollo es esencial a la persona humana en general y en cada individuo en particular; la exigencia de progreso como seres humanos nos distingue como tales. No crecer como personas, contradice nuestro propio ser. Este perfeccionamiento, sin embargo, no es automático; pertenece a la voluntad personal y a la humanidad en general asumir con conciencia este proceso, para no traicionarnos a nosotros mismos, pues corremos el riesgo de fallar, de involucionar en vez de evolucionar, de detenernos y por tanto retroceder. A algunos no les gusta que seamos gigantes, quieren ser los dominadores de pequeños hombrecitos sin poder ni dignidad, a quienes se les manipula y cuida paternamente sin jamás dejarlos crecer. A veces somos nosotros mismos los que renunciamos a crecer y consideramos a otros como gigantes extraordinarios e inalcanzables. Ser gigantes se considera reservado a unos cuantos, a quienes se les reconoce y alaba su grandeza, pero ocultamente se renuncia cómoda, irresponsable y cobardemente a nuestro compromiso de ser también "gigantes".
Los dos personajes que hoy la Iglesia declara oficialmente como "grandes santos": El Papa Juan XXIII y el Papa Juan Pablo II, son puestos como "modelos", es decir, como ejemplo a seguir. Son gigantes, pero que invitan a nosotros a imitar el camino del desarrollo humano en plenitud y perfección que ellos realizaron.
La mediocridad y la imperfección no son opciones. Los pusilánimes (de alma pequeña), son rechazados, no desde el orgullo del "super-hombre" violento y sin espiritualidad de Friedrich Nietzsche, sino desde el hombre que se agiganta como tal, por la grandeza de ser humano y más que humano, divino; que transciende en el ser y no basa su grandeza en el tener o poseer del consumismo. La imagen errónea y estereotipada de santos apocados, es contraria a la fuerza espiritual que irradia el personaje que está lleno de Dios, que lo transforma y lo convierte a su vez en instrumento de transformación del mundo.
Los gigantes son pacíficos porque odian la violencia, como Mahatma Gandi (alma grande, que es lo que significa su nombre), Martín Luther King y muchos. Ven a los otros como gigantes. Nunca los consideran enanos y ven a la gente y a todos los seres vivientes como hermanos. Empatiza con los oprimidos que se revelan ante quienes los empequeñecen. Sabe que cualquier discriminación: Esclavitud, fascismo, dictadura del proletariado, "apartaid" … deshumaniza a las personas. Los que buscan ser gigantes con la violencia decrecen. La mejor arma en la mano del opresor es el poseer y manipular el espíritu del oprimido, que debe aprender que es un ser inferior nacido para servir y obedecer, negándose la capacidad de vivir libre y responsable, incapaz de conducirse y mucho menos de ejercer el poder. Mientras sigamos viendo al otro con lente de aumento, nunca los veremos de nuestra talla.
Todos somos llamados a vivir la grandeza de Juan XXIII y Juan Pablo II, no porque los empequeñezcamos quitándoles méritos, sino porque todos estamos llamados a crecer a alturas similares, a desarrollar todas las capacidades que hacen del hombre un ser en plenitud. Un Gigante. las virtudes de Juan Pablo, sus cualidades, sus méritos, sus acciones, etc., como la de todos los santos conocidos y desconocidos, son una prueba concreta de que también es posible para nosotros agigantarnos. Toca a nosotros en este nuevo milenio que ha comenzado, con sus características propias y especiales que nos trae este cambio de época, enfrentar el reto de ser grandes en humanidad. Comprender que no podemos ser sin los otros, que no podemos estar con los otros pidiendo siempre sin jamás ofrecer; que es mejor dar que recibir, que nosotros tendremos sólo aquello que hayamos dado. Re-aprender la alegría de estar en familia, detestar la violencia, promover la no violencia. Etc. ¿Qué acaso no somos santistas? Piénsale.
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